Una de las funciones que a los padres les permite ser merecedores de tal nombramiento, es la de saber educar a los hijos. Existe una diferencia entre un mero progenitor y un padre. El progenitor enjendra al niño. Los padres son los que le educan y le quieren. Y aunque a primera vista esta función parezca fácil, lo cierto es que no lo es. Más aún, si tenemos en cuenta que, cuando existen ambos progenitores, esta labor debe hacerse de forma conjunta y consensuada.
Es posible que durante la crianza de vuestro hijo, padre y madre tengáis diferentes opiniones en cuanto a cómo se le va a educar. No saber cómo poneros de acuerdo, además de tener importantes consecuencias negativas a la hora de educar a vuestro hijo, puede ser fatal para la relación de pareja, siendo uno de los motivos más frecuentes de separación.
Tu pareja y tú sois personas diferentes que provienen de ambientes distintos que os han enseñado lo que está bien o mal. Por eso, es normal que existan ciertas diferencias, pero cuando estas son demasiado acusadas y casi nunca estáis de acuerdo puede deberse a una incompatibilidad de caracteres, a una diferencia importante de expectativas u objetivos o a una rivalidad entre ambos en donde la conducta del niño se toma como dato de quién es más fuerte. Es importante revisar si alguno de estos factores pudiera estar interfiriendo en la educación de vuestro hijo.
Consecuencias de la falta de acuerdo entre los padres
Imagina que debes llegar a un lugar importante en unos plazos previstos. ¿Qué preferirías? Un mapa que te marcase la ruta a seguir o bien ir andando por donde se te antoje sin rumbo fijo. Lo más razonable es que eligieses una ayuda que te marcase el camino, hablándote de sus limitaciones y pasos a seguir. Pues bien, imagina ahora que esta ruta va cambiando cada vez; que el lugar que te marcó como no accesible hace un día, ahora te diga que sí puedes acceder y que incluso es el más adecuado o que contradiga el camino que ya has iniciado recomendándote ir por uno distinto cuando ya has gastado algunos de tus recursos en recorrer el tiempo caminado.
Con esta metáfora quiero transmitirte lo que siente un niño ante la falta de límites educativos o cuando estos son inconsistentes o contradictorios. Un niño necesita límites, saber que está bien o mal, prohibiciones… un niño necesita un camino a seguir. Del mismo modo, ese mismo niño necesita sentir que lo que hace está bien hecho, que tiene sentido, que sus actos tendrán unas consecuencias que le dirigen a un fin concreto… un niño necesita normas educativas sólidas y coherentes.
Cuando los padres no están de acuerdo en la educación de sus hijos, y se lo hacen ver al pequeño, ninguna de estas dos premisas se están cumpliendo; ni existen límites, ni existe coherencia educativa. Lo que suceda a partir de ahí, puede ser completamente aleatorio, como en los viajes más inesperados o en los terrenos más pantanosos.
Dependiendo de otras influencias externas (amigos, colegio, etcétera) e internas (rasgos de personalidad) podemos encontrar a niños que como se dice habitualmente “salen bien” o niños que se “han echado a perder” teniendo excelentes potencialidades. Lamentablemente, debido a la gran vulnerabilidad que tienen los niños a la influencia de los padres y al grandísimo peso que estos tienen sobre la educación de sus hijos, la segunda opción es lo que ocurre con mayor frecuencia.
Problemas de comportamiento, bajo rendimiento escolar, desobediencia, ansiedad, tristeza, baja autoestima, problemas de socialización, falta de comunicación, distanciamiento del núcleo familiar o adicciones son algunas de las consecuencias cuando no existe acuerdo en la educación de los hijos por parte de los padres.
¿Qué hacer cuando no estamos de acuerdo?
Por todo lo que he mencionado en el apartado anterior parece que merece la pena intentar ponerse de acuerdo en la educación de los hijos. Para ello, y a modo de conclusión, os dejo algunas pautas:
- Comunicación previa con la pareja: es importante que antes de comunicar cualquier aspecto a vuestro hijo (más aún si tiene que ver con su conducta) acordéis qué es lo que vais a decirle y cómo decírselo.
- No contradeciros delante de los niños y respetaos: os peor que un niño os vea discutir o desacreditar la decisión al otro, que en un momento dado aceptar lo que propone tu pareja, aunque no estés de acuerdo con ella. Si esto sucede, posteriormente, en privado, comunícaselo y si decidís cambiar de opinión que sea el padre que impuso la norma el que la modifique dando una explicación lógica para ello.
- Definir terrenos en los que, por un motivo determinado, se encargará más de la educación un miembro de la pareja que el otro: lo bueno de una familia es como la sabiduría de uno de sus miembros enriquece al otro. Hay personas a las que se les da bien un terreno y a otras otro. Por ejemplo, si uno de los padres es deportista, tal vez sea este quien mejor valore qué puede ser bueno para su hijo en este terreno, mientras que si el otro es muy sociable puede ayudar mejor a su hijo en las relaciones con los demás.
- Establecer unas normas básicas de funcionamiento: es bueno que existan unas normas de funcionamiento básicas consensuadas que tienen que ver con el qué hacer diario (por ejemplo: la hora de acostarse, de llegar a casa, si se pueden decir palabrotas…).
- No intervengáis cuando el otro esté poniendo en marcha una pauta educativa con el niño: de nuevo aquí, la falta de acuerdo debe ser tratada en privado. Además, es posible que vuestro hijo aproveche esta falta de acuerdo en su beneficio.
- Valorar las intervenciones educativas del otro: si tu pareja propone una pauta educativa valora su implicación y “sugiérele” las mejoras.
Fotos | Sal; David Goehring; sean dreilinger