Ya hemos dedicados varios posts a algo tan apegado a la primera etapa de la vida de nuestro hijos como es el chupete. Algunos papás consiguen que sus pequeños no necesiten utilizarlos y, sin embargo, para otros se convierte en el aliado perfecto para calmar a un chiquitín nervioso o inducirles al sueño.
Sea cual sea el motivo por el que nuestro bebote empezó a usar su “tete”, el caso es que llegado un momento prudencial debe “saber” decirle adiós. Aunque en muchísimas ocasiones pensarlo sea tremendamente más fácil que hacerlo.
Millones de padres conocen el “drama” por el que sus hijos pasan para desprenderse de ese accesorio, si bien todos sabemos que su uso no debe prolongarse más de lo necesario. Habitualmente esa fecha debería llegar sobre el sexto mes de vida, porque hasta esa edad el bebé no dispone del efecto memoria.
No obstante, sabemos que son muchos los infantes que utilizan el chupe durante mucho más tiempo, incluso años y que la hora de decir adiós se convierte en un calvario para los padres, desesperados, que han intentado evitar las consabidas rabietas e irritaciones de los pequeños.
Aún así los niños no deberían usar el artilugio más allá de los cinco años, momento en que las malformaciones en boca y dientes parecen ser irreversibles. Por esta razón, entre muchas otras el “árbol de los chupetes” se ha convertido en el aliado perfecto para ayudarnos en esa tarea.
La costumbre nació en Skansen, un complejo museístico y zoológico, situado al aire libre en Estocolmo. Hace más de treinta años, el personal de limpieza comenzó a colgar en un árbol los chupetes que encontraban extraviados. Ahora millones de chupetes cuelgan del árbol y son miles las familias que llegan, desde todas partes de Suecia, para que el pequeño cuelgue su chupe y se despida de él para siempre.
De este modo lo que podría ser un hecho traumático se convierte en una aventura en la que participamos todos. La costumbre tuvo tanta aceptación que pronto se extendió por otras partes del mundo y parques de Nueva York, Alemania, España… poseen su propio “árbol de los chupetes”.