El cuidado de los ojos del niño resulta fundamental porque estarán en constante evolución hasta los 8 años de edad. Hasta los 5 años los ojos del pequeño no alcanzarán el 100% de agudeza visual y durante ese período nuestros hijos no sabrán detectar si ven mal, ya que para ellos resultará normal su visión y no podrán deducir que no ven igual que el resto.
Si durante la fase en que la visión está en proceso evolutivo no se toman las medidas adecuadas para corregir algún defecto, las secuelas podrían quedar para toda la vida.
Existen estudios que demuestran que alrededor del 20% de los niños presentan alteraciones oftalmológicas. La miopía, la hipermetropía y el astigmatismo resultan ser los problemas oculares más comunes entre los niños. No obstante, desde que nace, el bebé se encuentra en proceso de “adaptación” de sus ojos. De hecho, al principio no ven igual con ambos ojos y cada uno de ellos deberá recibir la misma cantidad de estímulo hasta conseguir activar completamente la zona cerebral que les permita una visión correcta.
Hacia los tres años resulta conveniente realizar la primera visita al oftalmólogo, anteriormente y si no hubo problemas, los controles de visión los realizará su pediatra. Con posterioridad el niño deberá acudir a su oftalmólogo una vez al año.
Existen algunos indicios que pueden ayudarnos a notar si nuestros hijos están teniendo problemas de visión. En el caso de los bebés, deberemos consultar al médico si notamos temblores en sus ojos o si estos se desvían sin motivos; igualmente otro signo a tener en cuenta serán las pupilas, que sean opacas, demasiado grandes o demasiado pequeñas; y también el hecho de que no sigan nuestra cara o los objetos que ponemos ante ellos.
Para niños más mayorcitos, un síntoma casi infalible es cuando se sientan demasiado cerca de la televisión o se acercan demasiado el papel a la cara; el dolor de cabeza insistente y los ojos rojos o lacrimosos y con escozor; o el comprimir los ojos para ver cosas alejadas.