Los cuidados afectivos hacia los pequeños son la base de la intervención educativa a estas edades. Una de las principales funciones del educador es la de establecer un fuerte vínculo afectivo con cada uno de los alumnos y así convertirse en su figura de referencia.
Para cubrir sus necesidades de protección, cariño y compañía (tan importante como las biológicas) la escuela crea un ambiente cálido y acogedor en el que se sientan queridos y escuchados.
Pero los bebés tienen también una serie de necesidades biológicas que precisan ser atendidas. Es necesario, tanto por cuestiones de salud como para que se sientan cómodos y confiados. Comer, dormir y estar limpito son aspectos que se atienden, de forma prioritaria y de manera individualizada.
En el aula de bebés, las actividades se organizan en una rutina diaria que se compone, más o menos, de las siguientes etapas: entrada individualizada (el educador recibe a cada alumno con afectividad); el corro (sentados o en sus hamaquitas, se les coloca en círculo para darles los buenos días y cantar alguna canción); actividad o descanso (los más pequeñitos echan un sueñecito a media mañana y los demás juegan con los materiales que cada día programa su educador); el patio, para respirar un poco de aire fresco; aseo y comida, siempre a la carta: cada bebé toma los alimentos que va introduciendo su pediatra; siesta y ¡a casita!
Para llevar a cabo estas actividades la clase debe estar dividida en, al menos, cuatro espacios: zona de actividad y juegos, zona de sueño (un poquito separada del resto), zona de aseo, y zona de ‘office’ (para poder preparar un biberón o una papilla).
Debemos elegir siempre un centro homologado por la administración educativa para asegurarnos de que cumple con la normativa vigente. Además, hay que visitar las instalaciones, antes de que el niño empiece a asistir a él y, si podemos elegir, pedir consejo a otras madres.