En el vientre materno, el pequeño se sentía a gusto en la llamada postura del feto, consistente en redondear la espalda, recoger los brazos y doblar la cabeza hacia delante. Desde el momento en el que nace, su cabecita y su espalda caen hacia los lados y sus extremidades tiran hacia abajo.
El bebé tiene que aprender a mantener el equilibrio, lo que ocurrirá progresivamente a lo largo del primer año. Puedes ayudarle con unos cuantos juegos:
¡Estoy aquí! Tendremos que ponernos a su nivel de forma que nos vea bien la cara, y así llamamos su atención hablándole, cantándole o haciendo las muecas que sepamos le resulten divertidas. Esto le obligará a erguir la cabecita y mirarnos, lo que le ayudará a desarrollar la movilidad y la fuerza de la cabeza.
¡Oh, mira! Colocamos una serie de juguetes pequeños sobre la manta de juegos y nos sentamos en ella con nuestro bebé. Si le colocamos sobre nuestras rodillas y le sujetamos por las axilas, le ayudaremos a permanecer sentado. Una vez hecho esto, le iremos mostrando los juguetes uno a uno y dejaremos que los manipule con sus manitas. Con este sencillo juego el pequeño empezará a controlar su postura. Las primeras veces que hagamos este tipo de juego, será durante unos minutos escasos para que el bebé no se canse demasiado.
¡Arre, borriquito! ¿Quién no conoce este clásico? Para poder jugar a este juego es necesario que el pequeño permanezca sentado. Colocándonos en una silla y sentando al bebé de cara hacia nosotros con sus piernecitas abiertas colgando cada una a un lado de nuestra pierna, le sujetamos con cuidado por debajo de los brazos y lograremos la posición adecuada. A continuación movemos la pierna hacia arriba y hacia abajo haciendo que el pequeño bote suavemente al son de una canción. Al poco tiempo podremos ir aumentando tanto el ritmo de los botes como el de la canción. Con este sencillo ejercicio conseguiremos que nuestro pequeño incremente su control y su sentido del equilibrio.