Un niño que juega será un niño más feliz, más equilibrado, más sociable, y a la larga se convertirá en una persona adulta más creativa e incluso sana, que aquellos niños que no lo hacen.
El juego es una forma de desarrollo beneficiosa, el mero hecho de que un bebé eche la mano al peluche que cuelga en su cuna, o el que un niño juegue a ser el protagonista de su serie favorita, ya favorece esto. Ellos juegan, obviamente, porque se divierten, pero tras ese pequeño hecho va otro no menos importante, y es que los niños aprenden jugando, ya que el juego es un gran ejercicio tanto para la mente como para el cuerpo. Aquellos que lo hacen, conseguirán dar soluciones creativas a problemas, y además serán capaces de tener pensamientos lógicos.
Como decíamos, jugar es un ejercicio también para el cuerpo, aprenden a coordinar movimientos, y se fomenta también la flexibilidad y las actividades motoras. En un principio el juguete que invita a ello, puede ser un parque de actividades (esas mantitas sobre las que se tumban lo bebés y que suelen llevar colgados algunos juguetes con diferentes sonidos y texturas), ya que alcanzar aquello que ha llamado su atención le supondrá un gran esfuerzo. Y si avanzamos un poco en edad, encontramos la siempre querida bicicleta, en la que ejercitarán sus músculos, y aprenderán a mantener el equilibrio, mientras pueden llegar a imaginar que es una gran nave del futuro.
El desarrollo cognitivo, es decir, la habilidad que consiguen para pensar y dar solución a los problemas, también irá ligado al juego. ¿Qué tipo de juguetes favorece esto?, pues aquellos que adaptándose a la edad del niño, les permiten manipularlos, y sobre todo, aquellos que les inviten a echarles imaginación y mucha fantasía… con una simple muñeca se podrá jugar a mil cosas, e igualmente ocurrirá con un juego de construcción con el que podrán hacer un gran castillo y jugar a matar al dragón, o un taller para reparar sus coches.