En todas las épocas y a todas las edades, el ser humano ha tenido una indiscutible inclinación a rodearse de objetos que le son de utilidad o que, por una razón u otra, le llaman la atención. Los niños, desde aproximadamente los tres años empiezan a reconocer su propia existencia y a ir tomando conciencia de sí mismos. Tienden a juntar muñecos, piedrecitas, trocitos de papel… Luego, antes de la pubertad, comienzan a organizar su mundo y a poner cierto orden acumulando objetos que les sirvan para reafirmarse frente al exterior; objetos que para los mayores pasarían totalmente desapercibidos, pero que para ellos tienen ciertas características exclusivas. Los adolescentes también buscan acumular juegos, discos, fotografías… y esto nos acompaña a lo largo de toda la vida.
Por lo general acumulamos cosas diversas porque necesitamos utilizarlas en un determinado periodo. Comida, bebida, ropa y materias primas, por citar algunos elementos, son objeto de almacenamiento por parte del hombre para usarlos cuando convenga, facilitar su existencia y prever momentos adversos; pero desde bien pequeños los seres humanos encuentran en algunos de estos factores algo especial, un significado distinto, una sugerencia sentimental, o mágica, o simplemente un detalle de carácter estético que le da un cierto valor añadido al objeto en cuestión.
Existen infinitas formas de practicar el coleccionismo, totalmente vinculadas a la forma de ser de la persona, su formación y entorno cultural y social. No existen reglas fijas para coleccionar objetos, cualquier cosa puede despertar el interés de alguien que puede dedicarse con intensidad a desarrollar su instinto coleccionista, más o menos evolucionado.
Imagen: spotkidsspeech
Afición por coleccionar I