Si para todos ingresar en un hospital es una situación traumática, lo es mucho más para los niños. Los adultos sabemos por qué vamos al centro sanitario y los beneficios que vamos a obtener de nuestra estancia en él. Pero el niño no conoce en profundidad qué está ocurriendo. Él no comprende la enfermedad, ni sabe por qué debe ir al hospital. Son su madre o su padre quienes determinan su ingreso. Y, ¿cómo lo padece el niño? ¿Cómo es su ansiedad? ¿Qué se puede hacer para reducir esa angustia? La Universidad de Oviedo ha publicado un libro del profesor Flórez Lozano que profundiza en este problema. Y una conclusión surge en todo el texto: un niño sólo debe ser hospitalizado cuando sea estrictamente necesario.
Para este profesor de ciencias de la conducta, desde que el niño es diagnosticado se debe vivir con él en pleno diálogo y más que con palabras, se le tiene que hablar con actitudes, con una auténtica aproximación física; porque, aunque no nos demos cuenta, la comunicación no verbal es la que el niño advierte como más sincera.
Cuando el niño tenga que ser hospitalizado va a necesitar mucha atención, antes, en el hospital y después de salir de allí, sin que haya una ruptura. Porque es todo un proceso.
Te preguntarás qué es lo que más afecta al niño cuando ingresa. Y no es, como suele suponerse, lo relacionado con el dolor; aunque en ocasiones lo sea. Es, por ejemplo, la separación de los suyos y el hecho de encontrarse con adultos desconocidos. Otra de las facetas que más le impone es el desconocimiento de lo que va a pasar y, sobre todo, la pérdida de capacidad para “hacer”, porque no puede hacer nada por iniciativa propia. Siempre tiene que esperar. Y en el último extremo está la experiencia del dolor.
Imagen: columbiatribune