Hace unos veinte años se empezó a utilizar la analgesia epidural de forma generalizada en los hospitales españoles. Y es que, hoy por hoy, es el mejor método anéstesico utilizado durante el parto para combatir el dolor que tantas futuras mamás temen. Pero, además, con ella no se altera la progresión del trabajo de parto: la mujer puede colaborar activamente empujando, para ayudar a nacer a su bebé, que en todo momento estará seguro, ya que no existe contacto entre él y la anestesia.
Sin embargo, hay ciertos casos en los que la epidural esta contraindicada y se debe firmar un consentimiento informado para su administración, ya que, a pesar de todas sus ventajas, tiene también algunos efectos adversos que han de ser conocidos por la mujer.
Una vez que el parto está inciado, con el cuello del útero dilatado a tres o cuatro centímetros, el anestesiólogo pondrá la epidural, con el acuerdo del ginecólogo que de está haciendo cargo del alumbramiento.
Se aplica mediante un pinchazo en la espalda, a nivel de la zona lumbar, con una aguja específica (previamente se ha anestesiado la zona). A través de ella se deja introducido en el espacio epidural (entre las membranas que recubren la médula espinal) un catéter muy delgado por el que se irá administrando la cantidad de medicación necesaria a lo largo del parto. Con ello se consigue un alivio prácticamente total del dolor: la mujer puede notar las piernas débiles, pero seguirá sintiendo la presión de las contracciones, aunque no el dolor.
A este respecto, la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) señala que se debe poner la menor dosis posible de medicación que permita el control del dolor, con el fin de producir el mínimo bloqueo motor y permitir que la mujer pueda adoptar la postura que le aporte una mayor comodidad.
Imagen: madreshoy