Motivar a nuestros hijos supone infundirles ánimo para que procedan de un determinado modo, lo cual tendrá una gran repercusión en su rendimiento y bienestar, tanto dentro del colegio como de la familia. Despertando su interés, se sentirán protagonistas y con ciertas dosis de responsabilidad en el desarrollo de tareas útiles y provechosas, tanto en el día a día como en un futuro.
Para los padres, la motivación debe constituirse como una meta a alcanzar, para que los niños puedan desarrollar elementos tan importantes como la autoaceptación, la autoestima y la autonomía, que les servirán de una manera sostenida para el desarrollo de su propia personalidad. La confianza en uno mismo, las ganas de aprender de manera individual y también trabajando en equipo y el gusto por las cosas bien hechas, se trasmite a los niños, sobre todo, con el ejemplo, más que con discursos que muchas veces no llegan a entender.
Una buena motivación es en la que los niños se busquen, por ellos mismos, razones atractivas para implicarse en el desarrollo de actividades. La motivación debe tener un carácter permanente y no estar impulsada por hecho puntuales o por personas.
Desde las primeras etapas debemos explicarles a nuestros hijos que una persona es responsable en la medida en que asume sus obligaciones desde dentro, por propia iniciativa y sin angustiarse, y no desde fuera, por imposición. La responsabilidad exige un esfuerzo y una planificación. Es importante que los niños comprendan que pueden ser responsables si asumen lo que quieren hacer y ponen los medios necesarios para lograrlo; de esta manera, el trabajo del colegio no se convertirá en una obligación, sino en un medio que les permitirá saber más y desarrollar sus habilidades. Es importante que conozcan que cuando una persona es “responsable” tiene que “responder” de algo ante alguien, se ha comprendido, y por tanto debe “aceptar las consecuencias” de sus acciones u omisiones. Es bueno que los niños conozcan qué significa la palabra compromiso.
Durante la educación obligatoria, los profesores prefieren que sus alumnos tengan interés por aprender y sean capaces de realizar esfuerzos, antes de que sean muy inteligentes o listos.
Sin embargo, un error ante al que hay que estar muy atento es el que se comete cuando existe una presión excesiva sobre los niños porque se piensa que no se esfuerzan porque no quieren. Esto puede llevarles a sentirse culpables de sus malos rendimientos, lo cual puede hacer más agudos los posibles trastornos de atención, o de conducta, y hacerles entrar en un círculo vicioso de “si no obtengo buenos resultados es porque no me esfuerzo”. Por ello, debemos evitar esa presión excesiva, ya que, de lo contrario, no estaríamos ayudando a detectar la posible dificultad real y no podríamos encontrar la solución adecuada.
Imagen: peaceinyourhome
Motivar a los pequeños estudiantes II