El daltonismo, también conocido como ceguera para los colores, es un trastorno bastante común, sobre todo en la población masculina, que implica dificultad para diferenciar adecuadamente los colores, en mayor medida el rojo y el verde.
Si reflexionamos sobre cómo aprendemos los colores, nos transportaremos en el tiempo a nuestra infancia; el color es algo que aprendemos de niños. De hecho, es entre los dos y los cuatos años aproximadamente cuando vamos adquiriendo este concepto y es algo que memorizamos mediante semejanzas. A los niños pequeños en esta etapa se les muestran objetos o cosas que tienen un color determinado y se les compara con algo del mismo color que a esta edad ya les es conocido o familiar; por ejemplo, “esta pelota es azul como el cielo” o “esta caja es amarilla como el sol”. De esta manera, relacionando cosas, se va construyendo el aprendizaje del color y de las formas. Pero, ¿cómo podemos saber si el color naranja que yo veo es el mismo que el naranja que percibe otra persona?
El color se define como una percepción visual que suscita el cerebro, tras interpretar las señales nerviosas que le envían unas células especiales localizadas en la retina del ojo, que a su vez transforman las distintas longitudes de onda que captan de la parte visible del espectro electromagnético o luz.
Cuando un objeto es iluminado por la luz, absorbe una parte de las ondas electromagnéticas y refleja las restantes. El ojo humano está diseñado para captar estas ondas reflejadas y a su vez está conectado con el cerebro, que se encargará de descifrar las señales que el envía y hacernos “sentir” el color. El color es bien interpretado en condiciones de buena iluminación, sin embargo, cuando la iluminación es escasa se ve en blanco y negro. Por ello, no hay color sin luz, y no hay color sin un sistema visual adecuado.
En la retina del ojo humano hay unas células, los fotorreceptores, encargadas de captar la luz reflejada. Éstas son de dos tipos: los conos y los bastones. Los bastones son los que nos ayudan a ver en la oscuridad, diferenciando el negro, el blanco y las diferentes tonalidades de grises; mientras que los conos se activan cuando existen niveles abundantes de iluminación y nos permiten apreciar los colores. Disponemos de tres tipos diferentes de conos, cada uno responde a una determinada longitud de onda que está definida para el rojo, el verde y el azul. Por esta particularidad se dice que somos tricrómatas.
La capacidad para discernir una inmensa variedad de colores (el ojo humano puede discriminar hasta 8.000 diferentes) se la debemos a la correcta combinación de los tres tipos de conos. La activación combinada de los distintos conos en respuesta a las diversas longitudes de onda es lo que determina la percepción de cada color particula.
Imagen: dpshots
La vida de color daltónico II – La vida de color daltónico III
Fuente: ihppediatria
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