La reacción que los niños van a tener hacia la muerte de un ser cercano va a ser diferente dependiendo de factores como su edad, la educación, la religión, la cultura, etcétera.
Por regla general, los niños de menos de 4 o 5 años no son capaces de entender que la muerte es algo definitivo e irreversible, más bien se tomarán la ausencia de esa persona como algo temporal, como por ejemplo que se ha ido de vacaciones. Los mayores a esta edad irán puliendo el concepto conforme vayan creciendo, entenderá a groso modo la idea en un principio y tomarán conciencia de lo que significa realmente, poco a poco. Lo rápido que ellos aprendan esta dura lección dependerá en gran medida de las explicaciones de los padres y de si éstos dan respuestas concretas y reales a sus preguntas.
De cualquier forma, el niño pasará por una etapa dura y, pese que algunos lo asumirán mejor que otros, al final la mayoría mostrará su pena por la perdida. Los más mayorcitos además se plantearán una difícil cuestión que será la muerte de sus padres. Muchos niños llegarán a decir: “Si el abuelito se ha muerto, ¿papá y mamá también se van a morir?”. Ante preguntas similares no hay que engañar a los niños, pero se puede suavizar el tema diciéndoles que para que llegue ese día aún queda mucho tiempo.
Es indiscutible que hay que evitarle sufrimiento extra al niño, una madre o un padre histérico ante la muerte del abuelo, por poner un ejemplo, va a provocar un estado de nervios en el niño. Si no se puede evitar es mejor salir y airearse un poco y volver después cuando el adulto se haya tranquilizado. Sin embargo, no hay que evitar hacer partícipes a los niños de la tristeza que también sienten las personas cercanas. Si el adulto expresa lo que siente será más fácil que el niño también lo haga.
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