Se establece un círculo vicioso basado en tres puntos: por un lado, el niño hace un esfuerzo para poder expresar lo que siente; por otro, se produce la búsqueda permanente de términos en los que no haya espasmo, evitando las palabras críticas; y, por último, se presenta siempre el temor al rechazo social. Eso hace crecer la tensión y la ansiedad y, por tanto, se agrava todo el cuadro.
Hay detalles interesantes: un tartamudo no tartamudea cuando canta. Sencillamente porque no tiene patrón grabado. El espasmo y la ansiedad que su cerebro guarda está en palabras y situaciones habladas, no cantadas. Tampoco tartamudea cuando lee, excepto cuando le mandan leer en voz alta y teme que el espasmo aparezca. Ni tartamudea cuando habla en otro idioma, por la misma razón.
Hay que partir de la base de que hay que regrabar otro patrón para anular el antiguo, el del espasmo y la ansiedad. Y eso sólo se hace sustituyéndolo por uno nuevo.
Los primeros síntomas de la tartamudez surgen hacia los cuatro años. Cuanto antes se pueda corregir el trastorno, mejor será el resultado. Porque habrá menos tiempo para que el tartamudeo deje su huella cerebral.
Y toda persona tartamuda puede mejorar en manos de los especialistas de rehabilitación del lenguaje.
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