Las verrugas virales son una infección de la piel producida por el virus del papiloma humano (VPH). Su aparición es un problema frecuente que puede ocurrir a cualquier edad, pero suele presentarse más habitualmente en la infancia. De hecho, su incidencia más elevada se produce durante la edad escolar, alcanzando un pico de frecuencia entre los 12 y los 16 años. Desde ese momento empieza a decaer su aparición, siendo mucho menos usuales a partir de los 18 años.
Su evolución es imprevisible, pero en un 50% de los casos desaparecen espontáneamente en un período de tiempo que va desde los dos a los cinco años. Por tanto, lo mejor es contar con la supervisión del pediatra que estará al tanto del progreso.
Las verrugas virales se aprecian en la piel de diferentes formas. Cuando afectan al dorso de las manos o al tronco, se denominan verrugas vulgares o comunes. En este caso, se trata de pápulas firmes con una superficie rugosa, que no dolorosas, que tienen un tamaño que oscila entre un milímetro y varios centímetros y que pueden agruparse y formar grandes masas. Es frecuente la aparición de verrugas múltiples de este tipo alrededor de las uñas en niños que se las muerden.
En segundo lugar, existen verrugas plantares o clavos plantares. Estas lesiones se manifiestan como pequeñas pápulas que se van transformando en lesiones redondeadas, duras al tacto y que duelen al ser apretadas desde los márgenes laterales. Estas lesiones se localizan habitualmente en puntos de apoyo, como el talón.
Otro tipo de verrugas son las planas, que consisten en pequeñas pápulas lisas, ligeramente elevadas, del color normal de la piel o grisáceas. Son redondeadas o poligonales y su tamaño va de uno a cinco milímetros. Estas verrugas predominan en la cara y en el dorso de las manos y los pies.
Por último, las verrugas filiformes aparecen sobre todo en la cara de los niños, en forma de pequeñas elevaciones finas a modo de cordones que acaban en un extremo rugoso y blanquecino.
Imagen: consultorios-xanas