Cuando empezamos a hablar del apego (o vínculo afectivo), comentábamos que esto era ni más ni menos que una relación especial que crea el niño con otras personas. También destacábamos que el número de personas con las que va a crear ese vínculo afectivo va a ser muy reducido.
Pues bien, hay que aclarar que, aunque ese número sea muy escaso, esto no querrá decir que el niño no tenga sentimientos afectivos por otras personas. A medida que vaya creciendo, el bebé va a terminar queriendo a mucha gente, la diferencia es que ese vínculo va más allá de ese sentimiento afectivo que pueda tener por otras personas.
Los vínculos afectivos van a ir evolucionando durante toda la vida del niño, en cada etapa se se irá adaptando a los cambios que va a ir manifestando el niño, y a medida que vaya creciendo se podrían ir cambiando el orden o se podrían añadir otras personas a la lista. Es posible que un niño cuya figura afectiva más fuerte fuera la madre, en un momento dado empiece a dar señales de que en ese primer lugar a puesto a su padre. Es más que probable que ese primer lugar lo ocupen por etapas indiferentemente uno u otro durante su crecimiento.
Sin embargo, por regla general la madre ocupará la mayor parte del tiempo ese primer lugar, seguido del padre, de los hermanos, y de otros familiares. Cuando los niños pasan a la adolescencia, se abrirá ese círculo y será cuando empiecen a crear vínculos de afectivos con personas de fuera, que serán los amigos y más tarde la pareja.
Si el vínculo afectivo entre padres e hijos fue bien consolidado durante los primeros años, lo normal es que se supere la época de la pubertad (tan temida por los padres, al pensar que de cierta manera pierden a los hijos) y continúen con el mismo apego por el resto de la vida.
Imagen: USAG-Humphreys.