Los accidentes infantiles pueden ocurrir por mala suerte, pero, la mayoría de ellos pueden y deben prevenirse. De hecho, detrás de un accidente infantil, casi siempre hay un adulto distraído. Conociendo cuáles son los riesgos más frecuentes que rodean a los niños, podremos aprender a prevenirlos.
Accidentes más comunes según la edad
Los accidentes más frecuentes varían mucho según la edad. En todos los menores de un año los más habituales son el atragantamiento, ya que el bebé se lo lleva todo a la boca; y las quemaduras, casi siempre con líquidos a altas temperaturas, con las tomas del biberón, en el baño, incluso por derramamiento de algún líquido caliente sobre el pequeño. La mayor parte de las veces el accidente ocurre en el domicilio y sobre todo en la cocina, que se considera la habitación más peligrosa de la casa.
Pasado el primer año, los traumatismos son los protagonistas. El niño comienza a andar, aún es inestable, es un poco más autónomo, sigue siendo muy curioso e incansable, quiere explorarlo todo y de ahí que sean frecuentes las caídas de su altura e incluso de alturas mayores como el cambiador, la cama, la escalera… Y la mayoría de los golpes suelen ser en la cabeza, ya que, a esta edad, una cabeza normal desplaza su centro de gravedad y lo coloca por encima del de un adulto.
Además, objetos aparentemente inofensivos, de uso bastante común como un andador, son responsables de un alto número de traumatismos.
Alrededor de los tres años son frecuentes las ingestiones de productos tóxicos, ya sean productos de limpieza o medicamentos (tanto del niño como de otro miembro de la familia). También son habituales los atragantamientos por frutos secos.
En niños algo mayores, el traumatismo, las caídas, los golpes, siguen teniendo la mayor importancia. No podemos olvidar los accidentes en medios acuáticos (los ahogamientos), sobre todo en la piscina, donde nunca hay que dejar de vigilar al niño y proporcionarle medios de seguridad como manguitos, de buena calidad.
Detectar los peligros y prevenir
El niño explorará todo lo que le rodea con una curiosidad infinita, incansable, sin ser consciente del riesgo que puede correr, intentando averiguar sus propios límites. Este comportamiento es fundamental para su aprendizaje. Por eso es necesario aumentar la seguridad del entorno, sin caer en la protección excesiva, y dando cierto margen al menor para no coartar su desarrollo. Lo más importante es que el accidente no ocurra, por lo que hay que educar al menor para que perciba el riesgo y se autoproteja. Es imprescindible crear una amplia cultura preventiva.
Así, hay que recordar cosas muy básicas, y no por ello menos importantes, como no perder de vista a un bebé sobre una superficie al cambiarle el pañal, porque se puede dar la vuelta, o dejarlo solo en el baño con el riesgo de ahogamiento. Además, hay que evitar manipular líquidos calientes en su presencia, proteger las esquinas de los muebles con cantoneras, impedir que tenga acceso a la cocina en la medida de lo posible, tapar los enchufes, no colocar muebles bajo las ventanas, porque puede trepar, proteger con rejas las ventanas, no dejar a su alcance objetos pequeños como monedas, horquillas, botones… ni dejar que juegue con bolsas de plástico, por el resigo de asfixia que conllevan.
También es fundamental evitar el uso de joyas en los bebés, a los que con frecuencia colocamos esclavas de bordes cortantes y cadenas sin pensar que pueden ser objetos muy peligrosos.
En cuanto a los juguetes, antes de comprar uno hay que pensar en el peligro que puede generar una pieza pequeña que quepa en la boca, una pila de botón o un borde puntiagudo, que en las manos de un niño puede convertirse en un peligro.
Los frutos secos pueden generar numerosos accidentes, por lo que no hay que dárselos a los menores de cuatro años por el riesgo de ser introducidos en la nariz, en el conducto auditivo y, sobre todo, de ser aspirados, provocando en el momento un atragantamiento y, a la larga, con mucha frecuencia, complicaciones por la permanencia de restos en el árbol respiratorio.
Por último, hemos de colocar los productos de limpieza y medicamentos lejos del alcance del pequeño, procurando que los envases tengan cierre de seguridad. Ten en cuenta que el niño es una persona que no tiene prisa y se puede dedicar a abrir un envase, o un juguete, todo el tiempo que quiera, hasta que lo consiga.
Primeros auxilios
Si finalmente, a pesar de nuestro empeño por la prevención, ocurre el percance, debemos estar preparados para atender al niño de la mejor manera posible.
Lo primero es conservar la calma y valorar la importancia del accidente. Una pequeña herida puede resolverse con un buen lavado con jabón neutro y un antiséptico (con los menores de tres años no se deben utilizar productos que contengan yodo). Si la herida sangra hay que presionarla para conseguir cortar la hemorragia. Si se trata de una quemadura, tendremos que echarle agua fría y luego se puede cubrir con alguna de las cremas indicadas para ese uso. La valoración posterior de la lesión y la necesidad de hacer algo más o no, lo hará el pediatra o el médico de urgencias.
Ante la ingestión de un tóxico, lo primero que hay que hacer es averiguar de qué producto se trata, incluso llevar el envase al punto de atención sanitaria. En estos casos, no se debe administrar nada al niño en el domicilio sin haber contactado con un médico o con el Instituto Nacional de Toxicología, donde nos darán las indicaciones convenientes.
En cuanto a los juguetes, antes de comprar uno hay que pensar en el peligro que puede generar una pieza pequeña que quepa en la boca, una pila de botón o un borde puntiagudo, que en las manos de un niño puede convertirse en un peligro.
Los frutos secos pueden generar numerosos accidentes, por lo que no hay que dárselos a los menores de cuatro años por el riesgo de ser introducidos en la nariz, en el conducto auditivo y, sobre todo, de ser aspirados, provocando en el momento un atragantamiento y, a la larga, con mucha frecuencia, complicaciones por la permanencia de restos en el árbol respiratorio.
Por último, hemos de colocar los productos de limpieza y medicamentos lejos del alcance del pequeño, procurando que los envases tengan cierre de seguridad. Ten en cuenta que el niño es una persona que no tiene prisa y se puede dedicar a abrir un envase, o un juguete, todo el tiempo que quiera, hasta que lo consiga.
Fotos | Donnie Ray Jones; Selbe B; Donnie Ray Jones