Dos años y medio después de que aquel bebé que parecía el más dulce del planeta viniera al mundo, sus padres están empezando a pensar que algo ha poseído a su hijo. Desde que el pequeño aprendió a controlar y perfeccionar los movimientos de su cuerpo se dedica a arrasar con todo: coches teledirigidos, la casita de muñecas de su hermana, el peluche de su primo o los botes que vacía en los sitios menos apropiados. Este afán destructor lleva a los padres a convertirse en una especie de policías que vigilan sus espaldas para que no acabe con nada más.
¿Qué le ocurre? ¿Es rabia, malestar, una forma de llamar la atención y llevarnos la contraria? Los especialistas dicen que todo es posible, aunque también hay mucha probabilidad de que simplemente esté investigando su entorno.
Rompe por romper o por curiosidad
Observando a su hijo, los padres de este pequeño destructor observan que dicho comportamiento no va acompañado de agresividad. No chilla ni pataleo furioso al destruir lo que le apetece. Este es un signo de que su conducta se podría catalogar como investigadora, por más que a los padres nos cueste entender su forma de explorar el mundo.
Somos nosotros, los adultos, los que identificamos estas conductas de “investigación” como destructivas. Los niños de dos y tres años ya disponen de suficiente autonomía en los movimientos para reconocer su mundo por medio de la manipulación de los elementos que tienen a su alrededor. Conociendo el mundo que los rodea obtienen diversión, seguridad y autoestima (sé lo que puede suceder después). Además, también se puede entender esta conducta como un rasgo de inteligencia.
Sin embargo, no siempre es así. En ocasiones sí se trata de conductas disruptivas o destructivas. Por eso, según los especialistas lo primero es saber cuándo no hay nada de curiosidad en su comportamiento sino más bien una llamada de atención. Estas son algunas pistas:
- Cuando su actitud lleva un componente de agresividad suele aumentar el ruido, grita o hace que las cosas suenen al romperse.
- Si son un desahogo a su frustración, generalmente su comportamiento va acompañado de gestos exagerados: levantar mucho los brazos para tirar algo al suelo o fruncir mucho el ceño, por ejemplo. Se trata de llamar la atención de los padres o cuidadores y para eso vale todo.
Cuando se trata claramente de una actitud para llamar la atención lo más aconsejable es buscar la causa concreta de la frustración para acabar con ella y enseñar al niño comportamientos adecuados para gestionar esa frustración. Pueden ayudar frases como: “Si estás enfadado, romper cosas no hará que te sientas mejor. Dime por qué estás enfadado”. Cuando las conductas se repiten en el tiempo y los padres o los cuidadores se ven superados por la situación, la figura del psicólogo infantil puede ayudarnos y asesorarnos individualmente en cada caso.
Cuando rompen para saber cómo funcionan las cosas lo adecuado es dejarles hacer, siempre que ni ellos ni objetos valiosos corran riesgo. Puedes colocar juguetes con los que sí le permites investigar en cajones que le queden a mano y guardar el resto en lugares accesibles bajo petición.
¿Basta con decirles “Eso no se hace”?
Cuando los padres o cuidadores decimos a nuestros hijos que algo está mal o que no se hace, ellos lo comprenden, pero de forma circunstancial. Dicho de otra forma, entienden que nos referimos a un objeto concreto, una persona determinada, un momento delimitado en el tiempo. De ahí que posiblemente no extrapolen el “eso no se hace” a conductas similares pero en otro lugar, tiempo o en la que entren en juego distintos objetos. Por ejemplo, si decimos que no deben vaciar el bote de champú, lo entienden; pero eso no quiere decir que no puedan pintar con cera la pared del salón.
De todas maneras, el instinto explorativo es tan fuerte que les costará reprimirlo incluso aunque se lo hayamos pedido. Entre otras cosas porque se trata de una conducta de aprendizaje básica y muy importante para la supervivencia. Buena parte de nuestra evolución se debe a este impulso de exploración y reconocimiento del mundo; tanto que somos lo que somos como especie gracias, en buena medida, a la curiosidad.
Fotos | Paul Hocksenar; Chris and Jenni; Eric Peacock