Uno frente a otro, y sin una lengua común, mamá busca la forma de entenderse, de conectar con su bebé. Lo observa confusa, con el entrecejo fruncido, mientras se pregunta qué es lo siguiente. Él también tiene el entrecejo un poco fruncido. Mamá sonríe y el gesto del bebé se relaja, el niño abre más sus brillantes ojos, ¡parece que está contento! Y la madre cae en la cuenta: claro que se entienden, madre e hijo comparten emociones.
Desde que nace expresa alegría, tristeza, enfado, curiosidad y miedo
Al principio todo parece resumirse en dos sensaciones que se pueden leer en sus gestos y en su cuerpo: bienestar o malestar. Está bien o está mal. Con el paso de las semanas los padres empiezan a afinar su observación hasta poder diferenciar cinco emociones básicas: alegría, tristeza, enfado, curiosidad y miedo están presentes desde el principio.
Hace ya tiempo que los estudiosos del tema han dejado de considerar la emoción como un simple estado intrapsíquico y han reconocido su poder enfocado a la acción. Los padres pueden leerlas en el cuerpo del bebé y entender qué quiere sin necesidad de recibir clases extra.
Los papás se deleitan con su alegría; su enfado les avisa de que hay algo que le está molestando, y corren a subsanar el problema; su tristeza les empuja a abrazarlo; su miedo les incita a protegerlo; y su curiosidad, a mostrarle las maravillas del ancho mundo al que acaba de llegar. Sus emociones guían la acción de sus papás siempre que sean capaces de ponerse en su lugar. Son el lenguaje a través del cual se comunican con su hijo antes de la palabra.
Pero, además, el bebé desarrolla la empatía en el vínculo de apego. Ocurre en todos esos momentos cargados de amor que compartimos a diario. Ahí explora su emoción, explora la nuestra en el rostro, descifra, gracias a las palabras y las miradas, lo que él siente y lo que nosotros sentimos.
De 3 a 12 meses lee el rostro de mamá
En un estudio realizado con bebés de diez semanas, los investigadores entrenaron a las madres a expresar tres emociones con su rostro y voz. Las autoras comprobaron que los bebés sonreían ante la cara alegre de su madre, retiraban la mirada de la madre enfadada, y sentían desasosiego ante la madre triste e iniciaban conductas de consuelo, como la succión. En esta investigación se dedujo que el bebé percibía la emoción de la madre sobre todo por su tono de voz.
Un salto más en este aspecto ocurre hacia los ocho o diez meses, edad a la que los padres pueden comprobar cómo antes de enfrentarse a algo nuevo el bebé gira la cabeza y escruta su cara: ¿es peligroso lo que se propone? ¿Es seguro, puede continuar? Las respuestas las encuentra, él solo, en la cara que papá o mamá pone ante lo que está a punto de hacer. Se puede deducir que las emociones de los padres guían su acción. Es señal también de una empatía cada vez más fina: puede sentir lo que mamá o papá sienten.
A partir de los 12 meses se hace una idea de sí mismo
Jaime atraviesa gateando dos sillas del salón. Se mete con cierta dificultad entre las patas en las que otras ocasiones se ha quedado atascado, pero resulta que esta vez no, algo que refleja su triunfante rostro cuando logra salir del embrollo. A continuación se pone de pie y trepa por una de las sillas. A esta edad el niño pone sus habilidades continuamente a prueba y su autoestima nace de la suma de dos factores: la valoración externa y la percepción de sí relacionada con sus logros.
- 1. La mirada de mamá: La madre de Jaime, que lo ha visto todo, se acerca con cara de pocos amigos. Acababa de fregar el suelo y está mojado. De eso Jaime ni se ha dado cuenta, pero esa cara… sabe que algo no va bien y empieza a hacer pucheros. El pequeño saca una conclusión de sí mismo a partir de la imagen que los adultos le devuelven: ¿es valioso? (y por eso a mamá le encanta estar con él o se ríe con sus cosas o acude cuando la necesita) ¿o no es valioso? ¿Lo hace bien o es malo o torpe o siempre anda haciendo algo mal?
- 2. A la valoración externa se suma la percepción que se va desarrollando de sí mismo, relacionada con sus logros: ¿se ha propuesto subir por la rampa del columpio y lo ha logrado? ¿Ha sorteado con éxito esas dos sillas gateando?
Todo ha de ser entendido en su justa medida. Si ante semejante acción la madre se acerca gritando: “Mira lo que has hecho” con furia, Jaime entenderá que es malo y no debe explorar. Pero si la madre se acerca y, mientras lo coge, le cuenta que es muy emocionante lo que ha logrado pero está molesta porque ahora tiene que seguir trabajando en la casa, Jaime se entenderá a sí mismo de una forma mucho más amable. Cuando los padres le hablan de lo que le pasa y le explican la situación, aprende a entenderse a sí mismo.
La mirada es lo primero. La mirada de aprobación, sorpresa o asombro frente al bebé ya estaba ahí antes de que él hiciera nada. Esa mirada, la mirada de los padres, es realmente importante en la formación de la autoestima, como un espejo en el que se contempla el niño: lo que ve en los ojos de los padres es lo que pensará de sí mismo.
Sobre los 24 meses empieza a sentir orgullo y vergüenza
Al final del segundo año aparecen emociones nuevas, evolución de las anteriores: el bebé que, ante una madre enfadada, evitaba la mirada o daba muestras de enojo, ahora puede sentir vergüenza. La diferencia es simple: ya tiene conciencia de que los demás piensan algo de él.
La alegría ante un logro se convierte en orgullo (implica una valoración de sí mismo relacionada con lo que los demás piensan), y la tristeza se puede convertir en vergüenza (al juzgarse teniendo en cuenta lo que piensan los demás). Los demás están plenamente presentes.
Se llaman emociones sociomorales, y la culpa es una de ellas. El pequeño que antes observaba cómo el vaso se caía de la mesa y, como mucho, se asustaba, ahora puede sentirse culpable y, por lo tanto, iniciar acciones enfocadas a reparar lo que ha hecho. En la formación de esas emociones los padres tienen un papel fundamental, y además reflejan la importancia que los otros empiezan a tener en su vida.
Cómo es de esperar, cada pequeño, según va creciendo, se comunica mejor con nosotros, sus padres, y todos los que le rodean. Es ley de vida, pero si sabemos de antemano lo que podemos esperar según sea su edad, nuestra reacción seguramente esté mucho mejor formada. ¿Os animáis a contarnos vuestras experiencias?
Fotos | Darren Johnson / iDJ Photography; saia.neogaia; Mariana Braga