Si desde que has tenido un hijo (¡o más!) sientes que el tiempo pasa de otra manera, ¡bienvenida a este extraño club en el que vamos a desafiar al mismísimo Einstein! La maternidad cuestiona hasta la física más teórica.
Si comulgas con al menos cuatro de estas cinco afirmaciones, la noción del tiempo ya no es lineal para ti:
- Desde que tomas las uvas de fin de año hasta que te tomas las del año siguiente, tú te sientes igual pero tu hijo ha pasado de ser una incómoda barriga a un bebé que parece que lleva siempre ahí; o de ser un bebé pequeñito ha pasado a ser un niño de verdad; o de tener cuatro pelillos finos a lucir unos rizos increíbles; o de ser una cosa canija que se expresaba en un lenguaje propio a saberse los números y garabatear su nombre; o de escribir con lápiz a usar bolígrafo; o… (y así hasta el infinito).
- Aquellas tardes en las que te sobraba tiempo te parecen tan lejanas como las culturas precolombinas.
- Miras fotos de tu hijita y piensas: “¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Dónde estaba yo para no verla cambiar tanto?”
- Los fines de semana, los puentes y las vacaciones solamente tienen una definición: brevedad.
- Para planificar cualquier evento o cita, ahora hace falta prepararse más de una hora antes (para llegar tarde la mayoría de las veces).
Un ejército silencioso y caótico domina el mundo moderno: son las madres y padres sin horario fijo, con horas de sueño acumuladas y montañas de platos por fregar. Son los auténticos profesionales de la improvisación.
Su gestión del tiempo es opuesta a la del resto de la humanidad, que vive conforme a unas pautas que para las madres son carentes de sentido. Palabras como “noche, día, siesta, trabajo, descanso, orden, horarios…” tienen ahora tantos significados para una madre como el término “nieve” para un esquimal.
Apenas pueden tener contacto con los otros que están en la misma situación (ya se sabe, no hay tiempo), pero todos se mueven de un lado a otro con unas criaturas pequeñas que ni trabajan, ni cotizan en la seguridad social, no echan una mano en las tareas domésticas y, sin embargo, requieren más atención que dirigir una multinacional.
El tiempo se escurre en una espiral que desde fuera no se ve, pero una vez que se entra, tiene su puntillo. Y es imposible que lo entienden quienes no tienen hijos. No entenderán que lleves cinco meses sin cortarte las uñas de los pies; no entenderán que no vayas al cine; no entenderán que solo puedas permitirte hacer lo indispensable para la supervivencia humana: comer (mal), beber (lo que pillas), dormir (poco) y hacer tus necesidades (y a veces ni eso). Lo demás es absoluta y caprichosamente innecesario.
Curiosamente, esta falta de tiempo es la gran inversión que hacemos para la humanidad: se trata de poblar el planeta con nuevos sujetos queridos y educados. Pero no esperes que alguien lo vaya a agradecer jamás, claro, porque podrían salirte telarañas, gusanos y un hábitat entero.
Llega un día que descubres que estás llenas de canas (¿tan joven? Brrr), o abres una revista de cine y no conoces a nadie, o pasas por una zona universitaria y te das cuenta de que ya no eres de esa tribu, o te entra sueño si te vas de copas. ¿Qué ha pasado? ¿Qué mi***a es esta?
La realidad es que un agujero espacio-temporal nos ha absorbido y desplazado a un universo paralelo que cohabita con el resto del mundo. El tiempo se ha evaporado y estabas demasiado ocupada como para darte cuenta. Has gestionado estrategias de supervivencia de todo tipo, la multitarea es para ti tan fácil como para los demás caminar y masticar chicle a la vez. Dominas los nombres comerciales, los principios activos y las dosis perfectas de infinidad de medicamentos, tienes conocimientos de pediatría, pedagogía, economía, gestión de recursos, filosofía zen… Manejas conceptos como percentil, apego o primera dentición, has aprendido a hablar por el móvil -cerrando operaciones financieras incluso- mientras cambias un pañal. Has aprendido sin ayuda trillones de cosas que no sabías antes de tener hijos. En eso has perdido el tiempo.
El tiempo pasa, pero no igual para todos. Creemos que quienes no se han reproducido hacen un montón de cosas y llevan existencias increíbles mientras nosotros, esa extraña raza de p/madres, criamos a nuestros retoños.
Es muy probable que la primera impresión que tengamos al despertar del letargo p/maternal sea “he perdido el tiempo, he estado demasiado ocupado/a como para vivir de verdad”.
Parémonos a pensar que hacían los demás con ese tiempo en el que nuestro hijo ha pasado de ser un cigoto microscópico a una personita que nos llena de besos, abrazos y felicidad. ¿Quieres saber la verdad? Mientras tú “perdías” el tiempo dedicándote a eso de la p/maternidad, ellos se veían cinco capítulos seguidos de una serie, se venían abajo por cualquier pequeñez, sufrían resacas o hacían horas extras en una oficina mal iluminada.
Ahora, repasa todo lo que has vivido desde que empezó este lío de ser p/madre. ¿Entiendes por qué somos una raza superior? Con nuestro tiempo hemos hecho VIDA, con mayúsculas.
Fotos | Matt, Marie, Luke and Finn; Kirsten Jennings; Sandor Weisz