Que los padres dominen la virtud de la paciencia, es importante, no solo para salir airosos de un buen puñado de situaciones, sino también, para que los niños aprendan también a tenerla. Si papá o mamá, pierden la paciencia habitualmente, los hijos lo que van a ver es que su contrario, es decir, la impaciencia, es lo que es lo “normal”. Como en casi todo, no podemos pedirles a ellos que sean paciencias, si nosotros, los padres, no somos capaces de controlarnos antes de que asalten los nervios.
Agobiarse y perder los nervios, no ayuda nunca. Un ejemplo: en los primeros días de vida del bebé, es muy habitual, que al pequeño le cueste mamar. Se retira del pecho, lo vuelve a intentar, llora y se vuelve a apartar… en definitiva, el niño tiene hambre, pero sin embargo, sin que la madre sepa porqué, en esa situación algo no funciona. La madre, lo intenta una y otra vez, y finalmente acaba nerviosa y sintiéndose frustrada por no poder calmar al bebé. Ciertamente, esta situación lleva a pensar un sinfín de posibles razones por las que el niño no termina de comer. Sin embargo, darle vueltas una y otra vez, mientras el bebé sigue llorando, desembocará en un episodio angustioso para madre e hijo. Si lo que se está haciendo no funciona, es mejor parar, pasar a hacer otra cosa, e internarlo de nuevo cuando ambos estén calmados. Que la madre acabe llorando impotente, no solventará el problema, y lo único que se conseguirá es que el niño se ponga más nervioso.
Este es tan solo un simple ejemplo de entre miles, pero la idea de cómo actuar viene a ser la misma en casi todas las situaciones… Parar, respirar, pensar, y actuar o hablar cuando se esté más tranquilo.
Imagen: familymwr.