El baloncesto, el fútbol, la gimnasia deportiva y los juegos espontáneos son los “culpables” de casi todas las lesiones que puedan padecer los niños. No obstante, se ha demostrado que todas estas actividades tienen un efecto tremendamente beneficioso en el organismo, pues evitan la obesidad infantil. Por tanto, aunque el ejercicio físico tenga un componente arriesgado, ayuda a que el pequeño pueda desarrollar su psicomotricidad y su potencialidad social.
Por ello, elegir la indumentaria adecuada (incluidos los protectores de seguridad como son las rodilleras), jugar bajo la supervisión de un adulto, practicar deporte en lugares indicados para ello y optar por un momento del día en que el niño esté descansado, son variables que ayudarían a reducir el número de pequeñas lesiones en los más pequeños e, incluso, en los adolescentes.
Para intentar limitar el riesgo de golpes es necesario despejar aquellas zonas de paso que contengan “trampas” (como son las mesas bajas y otros muebles con aristas traumatizantes), y proteger de manera adecuada (por ejemplo con goma espuma) alguno de ellos, como las esquinas de los somieres, evitar que jueguen sobre superficies deslizantes o resbaladizas, y vigilar permanentemente al niño.
Si nuestro hijo realiza algún deporte de riesgo, habrá que extremas las medidas de precaución mientras lo esté practicando.
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