Los consejos equivocados en relación a los mocos son que ‘los mocos no sirven para nada’, ‘el bebé se puede ahogar con ellos’ y ‘conviene quitarlos lo antes posible’.
Pero hay que saber que las mucosidades no son una enfermedad sino un síntoma, además de un mecanismo de defensa local.
El moco se produce cuando tenemos un catarro o una infección; su finalidad es atrapar los virus o las bacterias para que queden dentro de él y puedan ser expulsados fuera del cuerpo, evitando así que bajen por las vías respiratorias hasta los pulmones, por ejemplo.
El moco se espesa para actuar como ‘atrapamoscas’ de los virus o las bacterias que pueda haber en el árbol bronquial. Si la infección es fuerte, el moco se espesa más para adquirir mayor capacidad de atrapar microorganismos.
Muchas veces cuando el niño tiene mocos le damos un mucolítico, que es fluidificante. Hace el moco más fluido supuestamente para expulsarlo mejor, pero la consecuencia es que pierde su capacidad par atrapar gérmenes, con todo lo que conlleva: estos pueden bajar con más facilidad hacia los pulmones y provocar enfermedades graves.
Debemos dar mucolíticos a los niños en muy pocas ocasiones. Los casos en los que se recomienda su uso es en enfermedades como la fibrosis quística, en la que se produce un moco muy espeso; si existen mucosidades en los pulmones, conviene utilizar fisioterapia (dar al niño palmadas en los costados con la palma de la mano hueca) para favorecer su eliminación.