La espalda es una de las partes del cuerpo que más cambia a lo largo del embarazo. El peso del feto y el aumento del abdomen nos llevan a arquear la columna hacia atrás y a adoptar malas posturas que la sobrecargan aún más. Por ello, es habitual que aparezcan lumbalgias, ciáticas e incluso hernias.
El parto puede agravar las molestias y ocasionar otras nuevas por el esfuerzo que tienen que hacer los músculos o una dilatación excesiva de las articulaciones que unen la pelvis a la columna (cuando el niño es más grande que la apertura natural de la pelvis de la madre). También puede producirse una luxación del coxis (si el feto lo empuja hacia atrás, estirando el ligamento que lo une al sacro), lo que suele causar un dolor intenso en la rabadilla, al final de la columna, sobre todo al sentarse.
En la mayoría de los casos, las molestias no son graves y desaparecen solas, aunque se pueden tomar analgésicos o antiinflamatorios compatibles con la lactancia (la mayoría lo son). Si el dolor se localiza en la rabadilla, conviene usar un cojín para sentarse.
La aplicación de la epidural también puede producir malestar en el lugar de la punción debido a que la aguja atraviesa varias capas de músculo. Tranquilas, suele remitir en pocos días.
La gimnasia que se aprende en la preparación a la maternidad ayuda a prevenir y aliviar estas alteraciones. Pasada la cuarentena, el deporte más adecuado es la natación, ya que trabaja todos los músculos con suavidad y relaja. Para aprovechar las ventajas que tiene sobre la salud de la espalda, conviene ir a la piscina sin el bebé. Sin embargo, el yoga y el pilates, dos técnicas en auge que también resultan beneficiosas para la columna, pueden practicarse en compañía del niño.
Los primeros días en casa con el recién nacido ponen a prueba la maltrecha espalda de la madre. Hay que cogerle en brazos un montón de veces, amamantarle, inclinarse para cambiarle de pañal, bañarle… Ahora pesa poco, pero, día a día, su peso irá aumentando y si los movimientos que realizamos con él sobrecargan la columna, a la larga esta se resentirá y pueden aparecer dolencias importantes. Para evitarlo, solo hay que adoptar una postura correcta.
En brazos. Tendemos a arquear la espalda hacia atrás (como en el embarazo) para contrarrestar el peso, pero así las lumbares sufren. Solo con doblar un poco las rodillas y adelantar una pierna, el esfuerzo lo hacen los brazos, no la espalda. Eso sí, el bebé ha de estar pegadito al cuerpo a la altura del pecho.
Para caminar con él lo mejor es usar una mochilita, que carga el peso del niño de forma homogénea en el centro del cuerpo de la madre, o un fular, que lo reparte por toda la espalda y entre los dos hombros de forma simétrica. Las bandoleras que se apoyan solo en un hombro son menos aconsejables.
Darle de mamar puede ser todo un reto físico. Muchas mamás se encorvan para acerca el pecho al bebé, pero para que los dos estén cómodos hay que hacer justo lo contrario: llevar al niño hacia el pecho (si es muy chiquitín habrá que tumbarle sobre un cojín para que quede más alto) y mantener la espalda recta, si es necesario con ayuda de un reposapiés.
Durante el baño también solemos inclinar en exceso la espalda hacia delante. La columna sufrirá menos si adelantamos un pie, flexionamos las rodillas y apoyamos los codos en el borde de la bañera.
El carro de paseo es otro peso creciente que nos acompañará durante los próximos años y que nos obliga a agacharnos y doblar la espalda más de la cuenta. Al empujarlo es importante separarse del manillar y trasladar el peso de una pierna a otra y, al agacharse para coger al bebé, flexionar las rodillas.
Teniendo estos truquitos claros, podemos aliviar sobremanera los dolores de espalda una vez tenemos a nuestro retoño en casa. Parece algo banal, pero con el tiempo agradeceréis haberlos tenido en cuenta.
Fotos | David; Suzanne Shahar;