La madre de Lucía, Luz, se quedó perpleja cuando la psicóloga del colegio le recomendó que no criticara a los abuelos delante de la niña, pues no sabía a qué se refería. Un par de días después, cuando llevó a su hija a la casa de los abuelos y ésta le preguntó si podía darles un beso, cayó en la cuenta. “Debió escuchar una conversación en la que le decía a Juan, mi marido, que era la última vez que los abuelos le daban caramelos a escondidas. Estaba enfadada y quizá por su tono de voz Lucía interpretó que los abuelos no eran buenos. Siempre que llega a su casa, corre a darles un beso, pero aquel día no sabía si hacía bien queriéndolos o tenía que declararles la guerra.
Situaciones como esta nos tienen que hacer pensar que el vocabulario de los niños de entre dos y tres años suele incluir unas 300 palabras, pero entienden el significado de muchas más que no utilizan. Además, su nivel de comprensión no les permite captar ironías, entender que no todo lo que decimos lo sentimos realmente o que en un momento de enfado podemos excedernos. De ahí que sea bueno evitar las siguientes situaciones.
Cuidado con las discusiones. Suelen ser impulsivas y eso precisamente es lo que no nos deja reflexionar. En lo posible, lo ideal es dejar las conversaciones que prevemos que pueden ser tensas para cuando él no esté en casa o ya esté dormido. No es que vayamos a crearle un trauma si escucha un intercambio de opiniones en un tono más elevado de la cuenta, pero sí le estaremos lanzando un mensaje: que cuando creamos que tenemos razón, para mostrarlo tenemos que subir la voz y no escuchar a la otra parte.
Además, también hay que vigilar el contenido de la discusión. Si por ejemplo discutimos sobre el reparto de tareas en casa, después no podremos pedirle que no se pelee con su primo cuando toca recoger los juguetes y a ninguno de los dos le apetezca.
Evita hablar mal de los demás. Si contáramos las veces que hacemos un comentario crítico sobre alguien a lo largo del día, nos sorprenderíamos comprobando que son muchas más de las que creemos. El estrés diario no pone nada fácil que dejemos de quejarnos de quienes nos hacen el día a día más complicado. Pero que nuestro hijo nos escuche tantas críticas no es nada beneficioso para él, porque entenderá que si mamá o papá lo hacen, es que está bien hablar mal de los demás.
Sobre todo hay que tener cuidado cuando las críticas van dirigidas a figuras de autoridad como profesores o cuidadores. Si surge algún desacuerdo con ellos, es mejor hablarlo con la persona implicada que criticarla sin más delante de nuestro hijo. Así el niño le seguirá respetando.
Fuera tacos. La forma de aprender más sencilla y directa es la imitación. Por eso hay que procurar no decir palabras que no nos gustaría que nuestro hijo dijera. Algo que no resulta muy complicado cuando estamos relajados, pero que en otras ocasiones parece una tarea imposible.
Un truco que puede funcionar es sustituir esas palabras por otras más inofensivas, como las que leíamos en los cómics cuando éramos pequeños. Córcholis, mecachis, jopeta, caramba… pueden resultar un tanto ridículas las primeras veces, pero no tardarás en acostumbrarte.
Políticamente correcta. Muchas veces se nos olvida que en nuestras conversaciones estamos descubriendo a los demás, también a nuestros hijos, nuestros valores. Por eso, si queremos que sea un niño y luego un adulto sin prejuicios, hay que evitar cualquier comentario machista, racista u homófobo, aunque sea en tono de broma.
Con frases como “cuando crezcas, papá te enseñará a conducir, que es cosa de hombres” o “los niños negritos son todos pobres” estamos haciendo que unos cuantos prejuicios se vayan formando en la mente del niño.
Adiós a los comentarios negativos. Puede que no seamos conscientes de ellos, pero cada vez que decimos frases como “no vas a ser capaz de hacerlo” o “esto es muy difícil para ti”, le allanamos el camino para que crea que no vale la pena esforzarse. Por supuesto que habrá cosas que no podrá hacer, pero podemos lanzar otro mensaje más positivo si le damos la vuelta. “Cuando crezcas serás capaz de subir esa montaña” o “dentro de algunos años sabrás leer tan bien como mamá” son un ejemplo de cómo hacerlo.
Lo que sí es bueno que escuchen
Si queremos que sea solidario, generoso, positivo, optimista y todo ese largo listado de cualidades que admiramos, podemos fomentarlo en las conversaciones. Se trata de que vea que agradecemos los gestos de apoyo, ayuda o comprensión; que menospreciamos los comentarios racistas, sexistas y homófobos; que entienda que es mejor ser feliz y hacer feliz a los demás que enfadarnos con ellos.
¿Cómo lo pongo en práctica?
En el supermercado, cuando vas a recogerlo a la guardería, en casa… mediante un lenguaje positivo hacia su actitud y sus capacidades. Así, por ejemplo, puedes comentarle lo bien que sube el tobogán, lo que le gusta a la abuela que le lance esas sonrisas, lo cariñoso que es con su primo pequeño… Construirte una imagen positiva de uno mismo es el primer paso para que cuando el niño crezca se convierta en un adulto feliz.
Fotos | Donnie Ray Jones; Nongbri Family Pix; Richard Leeming