Cuando el test de embarazo da positivo, el cuerpo de la mujer ya ha empezado a transformarse lentamente, aunque en un principio los cambios son imperceptibles.
En el primer trimestre hasta la 13ª semana de gestación, la futura madre aumenta muy poco de peso (entre uno y tres kilos), aunque es normal que la ropa empiece a apretar. Si se trata del primer embarazo, el abdomen apenas se aprecia abultado en este periodo, pero si se han tenido otros hijos, se nota enseguida, ya que la piel y los músculos ceden antes para dejar espacio al útero en crecimiento.
El síntoma más acusado suele ser una mayor sensibilidad en los pechos, que aumentan de tamaño desde los primeros días. Hacia el final del segundo mes las aureolas se oscurecen y los pezones se vuelven eréctiles. Es habitual sentir sensación e hormigueo, tensión y molestias similares a las que se producen en los días más sensibles del ciclo menstrual.
Pero los mayores cambios no pueden verse a simple vista. El inicio de la gestación va acompañado de procesos hormonales que permiten al organismo adaptarse a sus nuevas necesidades. Esta revolución hormonal causa ligeros malestares, aunque no todas las mujeres las padecen con la misma intensidad. Tensión mamaria, cansancio, sueño, náuseas, vómitos, irritabilidad, llanto fácil, una mayor percepción de los olores, apetencia o repulsión de ciertos alimentos… suelen ser los síntomas más habituales en este primer trimestre.
La primera visita a la matrona o al ginecólogo debe hacerse nada más confirmar el embarazo. En esta visita se pone al día el historial médico de la madre, se calcula la fecha probable del parto y se solicitan los análisis necesarios.
Es importante conocer desde el principio si la mujer está inmunizada frente a enfermedades que pueden afectar al feto, como la rubeola, la toxoplasmosis (infección parasitaria que se contrae al comer carne cruda y que muchas veces transmiten los gatos) o si es portadora de anticuerpos del sida (esta prueba se hace ya de forma sistemática) para adoptar cuanto antes las precauciones necesarias.
La primera ecografía se realiza entorno a la semana 12ª. Suele ser vaginal y permite determinar si hay uno o más embriones, conocer su posición en el útero (descartar un posible embarazo extrauterino), escuchar sus latidos cardiacos (a partir de la 7ª semana) y medirlo para determinar la semana de gestación y, por tanto, la fecha de teórica en que se producirá el parto.
Los especialistas aconsejan que las mujeres mayores de 35 años se realicen el screening del primer trimestre para descartar anomalías cromosómicas en el feto.
Este screening se compone de dos pruebas: un análisis de sangre entre las semanas 8ª y 10ª de gestación, para determinar los niveles de la hormona bHCG y de una proteína específica del embarazo (PAPP-A), y una medición por ecografía de la translucencia nucal del feto (un pliegue que hay detrás de la nuca), entre las semanas 10ª y 14ª. Los resultados de estas pruebas dan una tasa de riesgo de anomalías muy fiable (solamente un 4,5 por ciento de falsos positivos), lo que ayuda a la mujer a decidir si se realizará o no otras pruebas más adelante.
Si la embarazada no tomaba ácido fólico antes de quedarse en estado, deberá empezar a hacerlo cuanto antes porque reduce notablemente el riesgo de que el bebé sufra malformaciones cerebrales.
Durante el primer trimestre la probabilidad de un aborto precoz está entre el diez por ciento y el quince por ciento. Los primeros síntomas que aparecen suelen ser pérdidas de sangre, dolores abdominales fuertes o la desaparición de las señales más evidentes de embarazo (tensión mamaria, náuseas…)
La ecografía permite comprobar la vitalidad del embrión. Si está vivo, hay esperanza: en el 50 por ciento de las amenazas de aborto el embarazo sigue su curso. Si el embarazo se ha detenido, el médico realizará un vaciado del contenido del útero (mediante un legrado), aunque en ocasiones la expulsión se puede producir de forma espontánea.
Desde el momento en que se confirma el embarazo, la mujer debe cuidarse de manera especial, para evitar, dentro de lo posible, el riesgo de aborto espontáneo y para prevenir defectos congénitos en el futuro bebé.
La embarazada no debe cargar mucho peso, hacer esfuerzos, practicar deportes que puedan entrañar riesgo de caídas, realizar viajes largos o cansarse en exceso. Este es, además, un buen momento para dejar de fumar. Por supuesto, el alcohol y cualquier tipo de droga están prohibidos, ya que el consumo de estas sustancias puede tener incidencias sobre el feto y sobre el curso del embarazo.
Tampoco conviene tomar medicamentos sin consultarlo previamente con el tocólogo, ni someterse a análisis radiológicos, ya que pueden afectar al buen desarrollo de la gestación.
Durante el primer trimestre normalmente se suele engordar muy poco y, aunque algunas mujeres tienen mucho apetito y satisfacen todos sus antojos, otras pierden peso porque son incapaces de probar bocado o tienen vómitos muy a menudo.
En cualquier caso, conviene que la alimentación sea desde el principio saludable, equilibrada y ordenada. La carne debe tomarse muy hecha, a no ser que se congele previamente durante al menos 48 horas (también tienen que congelarse los embutidos) para destruir el toxoplasma. Con la cafeína (no solo está en el café, también se encuentra en los refrescos de cola) también hay que tener cuidado, ya que su consumo elevado puede aumentar el riesgo de aborto durante el primer trimestre.
Para algunas mujeres, el primer trimestre se convierte en un período de noches agitadas. La ansiedad por el desarrollo del embarazo puede perturbar el sueño, aunque lo habitual es que la embarazada se sienta cansada y necesite más horas de sueño.
Es algo totalmente normal, y está causado por las modificaciones hormonales que sufre el organismo. Lo mejor es no intentar luchar contra la necesidad de descansar, y concederse, en la medida de lo posible, largas noches de sueño y momentos de reposo a lo largo del día.
El embarazo no solo ocasiona modificaciones en el cuerpo o en el modo de vida de la mujer; afecta también, y en gran medida, a sus emociones más intensas.
Durante las primeras semanas, como consecuencia de las alteraciones hormonales, es frecuente que la futura madre note cambios en su estado de humor, que esté cansada, nerviosa, llore por nada y se sienta agresiva.
Por un lado está contenta de estar embarazada, pero a veces quisiera no estarlo y duda de su capacidad para ser una buena madre. No hay que alarmarse, en un sentimiento muy común. Según avance el embarazo las ansiedades y mecanismos de rechazo se ven atenuados por el deseo de ser madre.
Puede ayudar mucho que el padre sepa por lo que está pasando mamá. Es bueno que ella le transmita sus vivencias, precauciones y expectativas para que, desde el principio, participe del embarazo y este sea ‘cosa de dos’.
Salvo contraindicación del médico (amenaza de aborto), el sexo es compatible con el embarazo. Pero puede suceder que en este periodo disminuya la apetencia sexual de la mujer, por las molestias típicas del primer trimestre o por el temo de dañar al bebé que está gestando.
En cualquier caso, consultar con el especialista ayuda a eliminar temores. La matrona o el ginecólogo resolverán esa pregunta que tanto inquieta a la futura madre: ‘¿Va todo bien?’
Hay parejas que están deseando dar la noticia nada más conocerla; otras prefieren esperar al final del primer trimestre, cuando las posibilidades de aborto disminuyen. Si se tiene otro u otros hijos, el momento ideal para decírselo dependerá de su edad. Si el niño tiene entre dos y tres años, no conviene contárselo hasta el quinto o sexto mes de gestación, cuando los cambios físicos resultan evidentes, pues de lo contrario la espera se le hará eterna. A partir de los cinco o seis años es mejor hablarles del acontecimiento cuando se comunique al resto de la familia.
Fotos | FotoChesKa; Ornella Sena; Marcos de Madariaga; Anyul Rivas