Actividades como dar de comer, el baño diario, cambiar los pañales, acompañar al parque o simplemente recoger a los niños del colegio han sido responsabilidad casi exclusiva de la madre hasta no hace mucho tiempo. Tradicionalmente la figura del padre ha estado ligada a un papel mucho más distante que aquel que siempre ha desempeñado la madre en relación con los hijos.
El padre era quien trabajaba fuera de casa, en un mercado laboral que ofrecía, salvo en zonas y sectores muy específicos, plazas disponibles prácticamente solo a los hombres, tanto para puestos cualificados como para aquellos que no lo eran; sostenía la economía familiar y eso le otorgaba ciertas prerrogativas que ejercía de una manera y otra según su cultura y calidad de comportamiento.
Sus ocupaciones de fuera de casa dejaban un importante espacio sin cubrir fuera del hogar que debía ser atendido por la madre en prácticamente toda su extensión, en una multiplicidad de tareas, “sus labores”, que hacían posible la continuidad y la estabilidad del núcleo familiar. Esa necesaria implicación ahora está siendo compartida por el hombre tras el abandono de esa clara figura de distante autoridad que ejercía el padre, hacia posturas menos rígidas y más implicadas en la educación y cuidado de los hijos que les ayuden a construir sus proyectos de vida y a desarrollar sus valores de carácter ético y social.
Papás implicados
Ahora el padre se implica de otra manera, con una mayor responsabilidad y compromiso; las causas de este traspaso de actividades son muchas y variadas, destacando los nuevos modelos de estructura familiar, la incorporación de la mujer con más fuerza en el mercado laboral, la flexibilización de ciertos horarios y factores de evolución cultural, entre otros.
Los padres de hoy en día están aprendiendo a compartir sus experiencias con otros padres. Se trata de un proceso de autocrítica constructiva y de tolerancia y amabilidad hacia sí mismos en esta difícil tarea, que redundará en beneficio de los niños y niñas que tengan la oportunidad de crecer en un ambiente con menos segmentación de roles que en el pasado.
Cuando ambos enseñan
Por otra parte, el padre era quien realmente “sabía” gracias a su mayor formación y experiencia fuera del hogar; en la actualidad los niños tienen acceso a gran cantidad de fuentes de información que utilizan para contrastar casi de inmediato las palabras de aquel que tradicionalmente ostentaba el rol de la sabiduría, e incluso, en muchas ocasiones, es la propia madre quien tiene mayor formación académica y en otros muchos campos, que el padre.
Por tanto, las fronteras entre los roles de los padres cada vez están más diluidas; la madre no es la única que aguanta, permite, cuida y da cariño a los hijos, sino que el hombre comparte e incluso lidera alguno de estos ámbitos tradicionalmente ligados a la figura de la madre.
Ser padre: un crecimiento personal
Cuando un padre considera el hecho de serlo como una gran oportunidad de crecimiento personal, donde pueden vivirse estupendas aventuras de enorme valor para sus hijos y para sí mismo, está estableciendo unas buenas bases para colaborar con sus hijos en el desarrollo de un buen proyecto de vida. El hecho de aceptar la responsabilidad de la paternidad con carácter prioritario facilitará el camino para que los niños puedan progresar de una forma sana llevando a cabo sus iniciativas y aprendiendo de sus aciertos y sus errores, y con la seguridad de que van a ser acompañados de forma positiva.
El padre no debe tener reparo a las caricias y los besos que los niños necesitan, es parte de la nueva concepción de su rol y es bueno que aprenda a disfrutar de todo ello.
La aceptación del cambio de roles es cada vez más natural entre los padres. Todo depende de cómo se haya enfocado desde el principio la educación de los hijos, puesto que si el cambio de roles se deriva de una situación más inmediata (como podría ser que el padre dejara su empleo y la madre empezase o volviese a trabajar), la convivencia y la adaptación pueden estar transitoriamente llenas de ciertas dificultades hasta que puedan armonizarse las diferentes posiciones.
Los padres tendrán que centrarse entonces en los intereses comunes y no en las posiciones iniciales, y tener cuidado para no enfrentarse entre ellos, pues son los propios niños los que fomentan a veces esas pugnas con sus manipulaciones y comentarios del tipo: “Mamá lo hacía así y me gustaba más”, “Papá me cogía siempre a caballito y podía conmigo”… que habrá que intentar amortiguar y entenderlos en su justa medida.
Beneficios de un padre comprometido
Cuando el padre se compromete en la educación de sus hijos, los beneficios son mayores:
- Padre e hijo exploran juntos, desaparecen los temores hacia lo nuevo y aparece la diversión.
- El niño desarrolla una mayor tolerancia a la frustración y empieza a confiar en sí mismo.
- Padre e hijo muestran empatía y colaboran juntos, comparten funciones de la vida cotidiana.
- El niño desarrolla el autocontrol y la capacidad cognitiva con más intensidad.
Fotos | Maessive; Photoflurry; Jessica Lucia