Las manifestaciones clínicas de la infección urinaria también dependen de la edad del niño.
En el pequeño menor de un año, la fiebre constituye el síntoma fundamental, y a veces el único, sobre todo en las fases precoces del proceso. También pueden aparecer otros síntomas como llanto al realizar la micción, orinas de olor o color diferente del habitual, vómitos o rechazo de las tomas. En otras ocasiones se descubre la infección al realizar la analítica correspondiente en un lactante que no gana peso de forma adecuada.
En niños de más edad, y especialmente si previamente controlaba la vejiga, la infección urinaria con frecuencia va a producir incontinencia y molestias al realizar la micción, y, algunas veces, el niño nos dirá que le duele el costado, la espalda o el abdomen. En general, siempre que la infección urinaria se acompaña de fiebre supone la afectación del riñón y requiere tratamiento enérgico para prevenir las complicaciones de la propia infección, así como las secuelas que puedan derivarse en el futuro.
Además de administrar el tratamiento antibiótico, el pediatra deberá buscar una causa de la infección o de las circunstancias que la ha favorecido y que pueden volver a ocasionarla. En los lactantes deberá descartarse la existencia de alteraciones o malformaciones congénitas que facilitan la infección. Los factores que con mayor frecuencia están detrás de las alteraciones anatómicas responsables son la dilatación de vías urinarias y/o la presencia de un reflujo vésico-ureteral.
Esta anomalía consiste en el paso de la orina desde la vejiga hacia los tramos altos de la vía urinaria, y se clasifica en diversos grados según la dilatación de los uréteres y de las vías urinarias que están dentro del riñón. Así pues, parte de la orina fluye de la vejiga hacia el uréter y el riñón, en lugar de hacia la salida (uretra), con lo que la orina se estanca y puede infectarse con mayor facilidad.
Por tanto, cuanto mayor sea el grado de reflujo, mayores probabilidades existen de que el niño sufra nuevas infecciones y de ocasionar un daño renal irreversible. Una ecografía del riñón y de las vías urinarias puede poner de manifiesto diversas alteraciones anatómicas, y en algunos casos será necesaria la realización al paciente de una técnica radiológica para el estudio del posible reflujo vésico-uretera.
Estos estudios radiológicos resultan especialmente importantes en el caso de los lactantes en cuya gestación ya se descubrió una dilatación de la vía urinaria. En estos bebés deben realizarse las técnicas necesarias para esclarecer la existencia de alteraciones que favorezcan las infecciones urinarias e iniciar precozmente un tratamiento preventivo.
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