Tanto el desarrollo intelectual, como el físico y el afectivo están estrechamente relacionados entre sí, y es lo que va a ayudar a que el pequeño poco a poco llegue a sociabilizarse y a convertirse en una personita independiente. En la primera etapa el bebé irá aprendiendo a hacer múltiples cosas, coger los juguetes, pasar objetos de una mano a otra, o agarrar y llevarse a la boca el biberón, todos y cada una de esos progresos lo irán haciendo cada vez más autónomo y por tanto más independiente.
Pero será en su segunda fase cuando el niño comienza a ser más consciente de todo, y será cuando empezará a ponerse sus propios retos, y conseguir su propia autonomía será uno de sus principales objetivos.
Por ello, es habitual que cuando el pequeño quiere hacer algo, y ve que un adulto intenta ayudarlo en su labor, se enfade y diga eso de “¡no, yo solo!”. Y es que si algo les satisface a partir de una edad, es conseguir aquello que se han propuesto, por tanto hay que dejarlos que lo intenten y que, como es lógico, también que fracasen hasta que sean capaces de hacer aquello que se les ha metido en la cabeza, en caso contrario, si los padres se lo dan todo hecho habitualmente, les creará una dependencia del adulto que les causará inseguridad.
En ocasiones a los padres les saltan las alarmas cuando ven que su hijo no consigue hacer algo, y cuando lo ven fracasar en un par de intentos, ya corren a ofrecer su ayuda, cosa que como decíamos es algo erróneo. Los adultos deber armarse de paciencia y no limitar nunca a los pequeños (como es lógico siempre que lo van a hacer no suponga un riesgo para ellos), de manera que si hoy el niño ha decidido comer solo y no está acostumbrado a ello, lo mejor es concienciarse de que la mayor parte de la comida acabará en la mesa, en el suelo, o en su ropa, pero por otro lado, la satisfacción y el orgullo que sentirá su hijo cuando consiga llevarse la cuchara con parte de la comida a la boca, no tendrá precio.
Foto obtenida de: ahaparenting.com.