El consumo medio de sodio en la población europea es de unos tres/cinco gramos (lo que equivale a ocho-once gramos de sal), cuando tan sólo son necesarios 1,5 gramos para el buen funcionamiento del organismo, según recomienda la Organización Mundial de la Salud. Esta tendencia al alza en la ingesta de sal se debe al aumento del consumo de productos procesados que contienen sal o aditivos alimentarios con sodio.
El sodio es un elemento esencial para el organismo, ya que regula el volumen de sangre y el equilibrio de los líquidos corporales, dentro y fuera de las células. Además, es necesario para la transmisión y la generación del impulso nervioso y para la excitación normal de los músculos. Por tanto, es bueno que nuestros hijos consuman este mineral, pero en su justa medida.
No nacemos con el placer por lo salado, sino que éste se adquiere. Por ello, podemos conseguir que la dieta de nuestros pequeños sea sana y variada, acostumbrándoles a comer sin sal o con poca cantidad desde pequeños.
El exceso de sal en nuestra alimentación ya ha sido reconocido como un factor de riesgo determinante en el desarrollo de la hipertensión arterial, elemento clave en la mayor parte de enfermedades del corazón (puede llevar a infartos y apoplejías) y también renales.
Es más, las investigaciones revelan que el riesgo de hipertensión arterial asociado al excesivo consumo de sal se incia en edades precoces, incluso en la etapa preescolar. Por ello, es importante que nuestros hijos, desde pequeños, adquieran hábitos dietéticos saludables. Es un buen momento para educar el paladar y acostumbrarse a los platos hechos con poca sal; cuando sean adultos será mucho más difícil cambiar las costumbres.
Si nos excedemos en el consumo de este mineral se generará retención de agua, lo que fuerza al corazón, al hígado y a los riñones a trabajar por encima de sus posibilidades. En este caso, el riesgo más inminente es la posibilidad de desarrollar hipertensión arterial.
Por el contrario, su carencia no es tan frecuente, pero hay que tener en cuenta que ésta produce deshidratación extracelular con pérdida de apetito, sequedad de boca, aceleración del pulso, calambres, apatía, vómitos, piel seca e hipotensión arterial.
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