En la mayoría de los casos no se trata de una tartamudez real, eso que los especialistas llaman espasmofemia. Suele ser un deseo atropellado de espresarse, que va parejo con el mismo deseo de moverse. No es que el niño sea patoso; es que tropieza porque no mira donde pisa… ¿verdad? Esa prisa para comunicarse va a ir desapareciendo poco a poco, y esa preocupación por la tartamudez, también.
Pero eso no quiere decir que descuidemos el verdadero trastorno, si aparece. Es decir, si la tartamudez se mantiene en el tiempo, debemos consultarlo porque, como todo, en manos del especialista tiene siempre mejor solución.
En principio, debemos saber que hay cuatro varones tartamudos por cada mujer que lo sea. Son muchos los estudios que se realizan en el mundo al respecto, porque no hay acuerdo total de si se trata de un problema nervioso y emocional, o si es de tipo neurológico, con un componente genético. Parece que, mientras la gran mayoría procesamos el lenguaje en el hemisferio derecho, los tartamudos lo hacen en el izquierdo. La idea más general es que, detrás de cada tartamudez, hay un conflicto emocional y que el trastorno aparece en los primeros años de vida, cuando se están grabando cerebralmente los patrones del lenguaje.
Al principio esos espamos no tienen importancia. Pero no se puede ignorar que se van grabando en el cerebro y se va creando un determinad patrón. El espasmo en una sílaba se establece y se graba en la memoria. Y con él se graba también la situación de ansiedad que lo provoca. Por eso, en un momento de tensión aparece ese patrón de manera involuntaria, que unifica el espasmo y la ansiedad que genera. En otras palabras: el tartamudo no solamente graba en su cerebro el hablar entrcortado, sino que también graba lo que siente cuando tartamudea. Y, además, con la ansiedad añadida de saber que ese espasmo se va a producir. La tensión emocional es cada vez mayor.
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