En la mesa no sólo tenemos que educar a nuestro hijo enseñándole a cómo comportarse, cómo manejar los cubiertos o cómo poner la mesa, también debemos enseñarle a comer. Tenemos que hacer de la comida algo divertido, un placer, y no una obligación.
Si el niño no quiere comer bien porque dice que “no le gusta”, o “no quiere eso” o simplemente suelta la frase de “no tengo hambre”, tenemos que analizar por qué ocurre y ver donde está el problema, y no hacer de la comida un drama constante, dando voces o mucho menos sacando la mano “un rato”.
El niño tiende a imitarnos, pues somos su referencia, por tanto, nunca podrás obligarle a tu hijo a comer fruta si él no te ve a ti comerla. La comida debe ser una actividad en familia, no debe de comer el peque un rato antes que los adultos, de forma que la comida que hay es para todos y no tiene que sentirse desplazado pidiendo otra comida cuando no le gusta (mucho cuidado aquí con las abuelas, que tienden a darles ese capricho). Hay que hacer de la comida un ritual familiar, donde todo el mundo come lo que hay.
También hay que tener en cuenta las características de nuestro hijo (como la edad, qué es lo que le gusta…) y adaptar la comida a ello. Nuestro objetivo es despertar el interés por la comida, que sea un placer, y pueda descubrir las diferentes texturas, olores, sabores y colores, de cada alimento. Así que podemos jugar con la creatividad y presentación de los platos, haciendo algunas figuras como caras divertidas o animales, y jugando con los colores y texturas.
Hay que dejar un poco de lado los caramelos, dulces y bollería industrial. Es un error enorme darle una golosina al niño antes de comer, pues contienen suficiente azúcar para quitarle el hambre, después empiezan todos los problemas al obligarle a comer y cogiendo manía a ciertos alimentos. Lo mismo con los refrescos.