La carne aporta proteínas de gran calidad, que son como los ladrillos con que se edifica el cuerpo. Y además proporciona grasas, hierro, zinc, fósforo, yodo y vitaminas del complejo B. Todas estas sustancias son imprescindibles para el crecimiento y el adecuado desarrollo del niño.
Las distintas carnes (ternera, pollo, cordero, etc.) aportan idénticos nutrientes y se diferencian principalmente en su contenido en grasa. La ternera, el pollo y el conejo tienen menos del 10% de materia grasa, por eso se llaman carnes magras, mientras que el cordero o el cerdo pueden llegar hasta el 30% de grasa.
Ahora bien, no todas las partes de un animal tienen la misma cantidad de grasa, unas piezas son más magras que otras. A la hora de comprar es importante elegir los cortes más magros y retirar la grasa visible antes de cocinarla.
El niño necesita de 0,75g a 1g de proteínas por kilo de peso al día, y este nutriente lo recibe no solo a través de la carne, sino de los huevos y el pescado, que también proporcionan proteínas. Para no excederse en el consumo de proteínas, conviene seguir las recomendaciones del Ministerio de Sanidad y Consumo, que sugieren tomar carne un máximo de tres veces a la semana.
Las raciones de carne aconsejadas varían en función de la edad. Si el niño es pequeño, 60 gramos (algo menos de medio filete) es suficiente, mientras que si es adolescente, podemos ofrecerle 150 gramos (un filete). Estas cifras se refieren a la cantidad de alimento sin elaborar, incluyendo las partes no comestibles.
El doctor Venancio Martínez, pediatra del Centro de Salud El Llano de Gijón y miembro del comité de nutrición de la Asociación Española de Pediatría advierte de que es peligroso que los niños tomen más carne de la recomendada, porque dejan de comer otros alimentos necesarios como fruta y verdura. Además, una elevada cantidad de carne aporta un exceso de grasa saturada, que puede dar algunos problemas de salud.