La poliomelitis es una enfermedad altamente contagiosa que afecta principalmente al sistema nervioso. La produce un virus conocido como poliovirus del que existen tres tipos: el tipo I, el II y el III, siendo el más frecuente el I. Este germen es exclusivo del hombre y se transmite fundalmentalmente por ingestión de alimentos o de agua contaminada o por contacto de personas que lo eliminan por las heces (la llamada vía fecal oral), aunque también se puede contagiar por microgotitas de saliva.
En el 95% de los casos, la infección por el virus de la polio no produce síntomas, pero cuando lo hace, la enfermedad se puede manifestar como la llamada forma abortiva de la poliomelitis en la que aparecen fiebre, diarrea y vómitos que ceden pronto y no dejan secuelas.
Solo en un mínimo porcentaje de pacientes el virus llega al sistema nervioso central y produce o bien una meningitis (inflamación de las meninges), o bien la forma paralítica en la que los músculos se debilitan hasta quedarse completamente paralizados, condición que se conoce como parálisis fláccida aguda, que puede incluso llegar a ser mortal.
Algunos pacientes 20 ó 30 años después pueden sufrir una debilidad muscular progresiva, por afectación de las neuronas motoras supervivientes, que se denomina síndrome post poliomelitis.
Desde la aparición de las vacunas frente a la polio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene entre sus objetivos su erradicación y si se consigue será la segunda enfermedad, después de la viruela, eliminada de la Tierra.
En 1994, la OMS consideró a la región de América (36 países) libre de polio, en el 2000 lo hizo con la región del Pacífico occidental (37 países, incluyendo China) y en 2002 con la región europea (51 países).
En España la máxima incidencia de polio sucedió en 1959 y desde 1989 no se han diagnosticado más casos. Pero actualmente hay cuatro países en los que todavía persiste la enfermedad de forma estable: Nigeria, India, Paquistán y Afganistán.
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