El miedo a los extraños tiene un carácter evolutivo y se va adquiriendo a medida que el niño se desarrolla. Los miedos infantiles y, más concretamente el miedo a los extraños, se dan en todas las culturas y obedecen a fines adaptativos de la especie para protegernos de ciertos peligros potenciales. Vienen ya determinados en nuestro propio código genético y, por tanto, podemos calificarlos de innatos, universales y normales en ciertas etapas evolutivas. Es más, la aparición de estos miedos en la etapa correspondiente, puede interpretarse como un cierto grado de maduración del bebé.
Hay cierta unanimidad entre los expertos en la materia a la hora de considerar que los diferentes miedos empiezan a desarrollarse en el niño a partir de los seis meses.
¿Cómo evoluciona el miedo a los extraños?
Durante los primeros días de vida. El bebé no discrimina visualmente entre unas personas y otras, y suele reaccionar de forma similar en contextos parecidos. Más adelante, empieza a mostrar interés cuando le presentamos objetos novedosos y, durante este período, denominado “audaz”, no aparecen manifestaciones de temor.
Entre los tres y los seis meses. El bebé continúa reaccionando de forma positiva ante las personas no familiares, pero comienza a presentar respuestas diferenciales en la interacción con los adultos conocidos. Así, se tranquiliza antes con propios que con extraños, sonríe con más frecuencia a los primeros y mantiene la atención durante más tiempo con ellos.
Entre los seis y los ocho meses. Coincidiendo con el momento en que aparece una vinculación específica del bebé hacia las personas que le cuidan, se puede observar que, durante un breve período de tiempo, el niño se muestra cauto e inhibido ante la persona extraña, observándola con detenimiento.
En torno a los nueve meses. Aparece el miedo a los extraños. La intensidad de la respuesta del bebé depende de varios factores como la presencia y el comportamiento de la figura de apego, la novedad de la situación o el comportamiento de la persona desconocida, o bien por componentes de carácter individual como el temperamento del bebé, las experiencias sociales previas o sus capacidades cognitivas.
Entre los nueve y los doce meses. Se aprecia el momento álgido de la intensidad de esta emoción, y puede durar hasta los 24 meses. A partir de los dos años, el miedo a los extraños suele perder intensidad debido, en parte, a la aparición de lenguaje que sirve como amortiguador. Este cambio, según los expertos, resulta adaptativo, puesto que uno de los objetivos principales del proceso de socialización del individuo es iniciar y mantener interacciones con personas tanto conocidas como desconocidas a través del lenguaje.
Imagen: dean
El miedo a los extraños I – El miedo a los extraños III – El miedo a los extraños IV