Todos los padres saben el tiempo que un niño necesita para aprender a caminar, a coger las cosas con sus manos, a hablar… Lo que tal vez no sepan es que la visión es una habilidad aprendida que también requiere un proceso de aprendizaje. Así, los ojos del recién nacido evolucionan rápidamente a medida que va desarrollando las destrezas necesarias para enfocarlos, moverlos con precisión y hacer que funcionen coordinadamente.
Al bebé todo le resulta nuevo y llamativo y la visión constituye uno de los enlaces más importantes con su nuevo mundo. Los primeros años son esenciales: la visión del recién nacido equivale a solo el 5% de la de un adulto, entre el primer y el tercer año ronda el 50%, y hacia los cinco o seis años alcanza el 100%.
La visión es el sentido menos desarrollado en el recién nacido y requiere un complejo proceso de adaptación y aprendizaje. En el útero, los bebés ya son capaces de distinguir entre luz y oscuridad y, al nacer, consiguen diferenciar las formas gracias a ese contraste entre lo iluminado y lo no iluminado. La sensibilidad ante la luz aparece muy pronto, ya que el bebé cierra los ojos enseguida cuando algo lo deslumbra.
Durante esos primeros instantes de vida, el recién nacido se ve abrumado por todo tipo de estímulos visuales. El bebé presenta lo que se llama mirada auditiva, es decir, abre los ojos y gira la cabeza hacia el lugar de donde proviene el sonido. Sin embargo, aunque parezca mirar a un objeto o persona concreta, todavía no ha desarrollado la habilidad de desplazar la mirada de un punto a otro y solo consigue percibir a una distancia muy corta (aproximadamente 20-25 centímetros).
De hecho, la agudeza visual del recién nacido es muy deficiente. Casi el 80% de los niños nace hipermétrope y cerca de un 10% presenta defectos de refracción que requerirán corrección en años posteriores. Además, el niño solo ve en blanco y negro porque los conos responsables de captar el color todavía no se han desarrollado.
Imagen: bebesymas
Fuente: informacionopticas