Muah, muah, muah, muahhh… Beso despacito, despacito, su piel tan suave, tan tersa, tan delicada y con ese olor inconfundible a bebé, mezcla de rosa, leche y caramelo. ¡Me encanta! Al mismo tiempo, le doy pequeños masajes en círculos, le susurro las palabras más amorosas que se me ocurren y le cubro de mimos. Parece como si un cordón umbilical invisible nos siguiera uniendo. ¡Qué feliz me siento!, se me nota, me lo notan. Una sensación de indescriptible bienestar me invade y mi pequeñina lo percibe.
La maternidad es genial, me hace experimentar, gozar y vivir emociones que nunca antes había sentido. Cuando vea a mi pequeña Carla, sólo deseo achucharla y llenarla de besos. Sin prisas, reservo unos minutos para dar un relajante masaje con una crema, a base de caléndula, con propiedades antibacterianas y regenerativas. Presto más atención a sus zonas más sensibles: la del culito y las inglés. ¡Se siente en el séptimo cielo!
Así su piel se hidrata, se protege y se evitan los temidos eccemas. Además duerme mejor y se estimulan sus sentidos, a veces se me queda dormida en pleno masaje. ¡Que placer! Un placer natural que compartimos, porque yo también utilizo la crema Caléndula para nutrir mis manos o aliviar mis quemaduras, cuando intento convertirme en una chef de primera.
Procuro cambiarle el pañal, a menudo, para evitar irritaciones y escozores. La humedad elimina el aceite natural que protege la fina piel de los bebés y brotan unos granitos que les producen picor y una erupción cutánea roja; lo que se conoce como dermatitis del pañal.
Dejo a Carla con el “culito al aire” durante diez minutos, después de cada cambio de pañal, y así no surgen irritaciones. Si por alguna circunstancia aparecen, le aplico la pomada de caléndula que cuida su piel y alivia su malestar de inmediato.
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