El sol es fuente de vida para los peques, ya que estimula la síntesis de vitamina D, que es imprescindible para su desarrollo. Sin embargo, debido a que la piel de los niños es mucho más vulnerable a sus rayos, el sol también puede producirles efectos negativos. De hecho, los bebés de menos de seis meses deberán evitar cualquier tipo de exposición directa al sol.
Y es que es importante tener claro que las radiaciones tienen efectos a medio y largo plazo y que una quemadura hoy puede ser un melanoma mañana.
Tener la piel o el pelo claro, haber sufrido una o más quemaduras severas por el sol o tener nevus (lunares) atípicos, son factores que aumentan el riesgo de padecer un melanoma, un tipo de cáncer de piel que aparece cuando los melanocitos se convierten en malignos.
Cuando el pequeño se expone al sol, los melanocitos producen más melanina, como defensa de su sensible piel frente a la radiación solar, y de esa acumulación se crean los lunares. La piel del niño conserva la memoria de las radiaciones recibidas y precisamente el desarrollo de los nevus está asociado con esto.
En principio, estas manchas son normales y no nos debemos preocupar en exceso. Pero sí tenemos que vigilar que estos nevus no tengan una forma irregular, un tamaño grande o un color sospechoso (sombras de marrón o negro).
Por tanto, la prevención es fundamental y tenemos que procurar que los niños no tomen las radiaciones en exceso, ya que el efecto de la irradiación solar es acumulativo. Cuando nuestros hijos son pequeños es el mejor momento para protegerlos y para iniciar la educación de fotoprotección.
Imagen: modernmom