El zapato no es un mero adorno, sino que es un complemento que debe proteger al pie sin deformarlo y permitir la comodidad y la funcionalidad que el niño va necesitando en cada etapa de su crecimiento. Un zapato que comprima, tenga puntera y sea rígido en la suela, no dejará que el pie se desarrolle normalmente y podrá producir deformidades en los dedos, dolor durante la marcha, compresión de tejidos blandos del pie y aparición de rozaduras y callosidades. Por eso, elegir un buen calzado supone garantizar la salud de nuestros hijos.
Desde que nace el bebé, su pie constituye una parte muy importante del desarrollo sensorial, proporcionándole una información táctil sobre el entorno que le rodea. Por eso, durante los siete u ocho primeros meses, el niño puede ir descalzo; tan sólo se debe resguardar al pie del frío, y se recomienda que use simplemente unos patucos o calcetines. Más adelante, cuando el pequeño comienza a gatear, en la fase preandante, si que se aconseja ponerle algún tipo de calzado muy ligero y flexible, con una plantilla suave, para protegerle de pequeños traumatismos que pudiera sufrir.
De hecho, existen en el mercado varias opciones pensadas para la etapa de preandante. Es decir, zapatos que se ajustan a la flexión fisiológica del pie, que permiten que se forme y le aseguran el correcto desarrollo de la musculatura.
La planta del pie es plana hasta los tres años aproximadamente, aunque la bóveda plantar o arco plantar puede aparecer incluso a los siete u ocho años. Este arco puede tener diferente elevación y no siempre es igual en todos los niños, por lo tanto el zapato no debe llevar arco interno incorporado pues puede ser incómodo, al no coincidir con el del niño.
Imagen: m.globedia
El mejor calzado infantil II – El mejor calzado infantil III