Aproximadamente entre los diez y doce meses, los niños empiezan a caminar y es cuando ya hay que elegir cuidadosamente el calzado. Con los primeros pasos, va afianzándose el equilibrio y favoreciéndose el desarrollo muscular; los pies ya soportan el peso del cuerpo del pequeño. En este momento, el niño debe contar con unos zapatos que le den seguridad y confianza, permitiéndole libertad de movimientos del tobillo y los dedos.
A los tres años, el niño ya camina normalmente y correr es para él un ejercicio diario. Tiene cada vez más actividad y los zapatos que utilicen deben ser también flexibles, pero que sujeten bien. Es decir, el pie no tiene que estar oprimido, pero tampoco “bailar” en el interior del zapato. Por eso, es bueno que cuente con refuerzos en los laterales y en el talón, que impedirán que el pie se ladee en cualquier sentido. Evidentemente, esto no significa que provoque roces, sino que estando convenientemente almohadillado sea firme y sujete.
En general, un buen zapato es el que es flexible y suave, permitiendo la máxima libertad para el desarrollo normal del pie. Tiene que contar con las siguientes características:
- La puntera debe ser redonda o cuadrangular y el zapato debe tener una longitud aproximadamente un centímetro mayor que el pie, ya que es mejor un zapato que quede grande que pequeño.
- La suela tiene que ser elástica y permitir la flexión del pie mientras camina: se debe poder flexionar la suela del calzado con las manos, y no tiene que ser ni resbalidiza ni pegajosa.
- La parte superior ha de ser suave y porosa; transpirable.
- El contrafuerte debe sujetar el pie y cubrir justo por encima del talón, pero no más arriba de él para permitir el movimiento libre del tobillo.
- La parte posterior del pie tiene que estar siempre sujeta, aunque sea sólo por una pequeña correa o goma. Las chanclas y los zuecos no son adecuados porque el niño debe hacer un trabajo extra de agarre con los dedos para no perder el calzado al caminar.
Imagen: zapatosfera