Es fácil que el niño desde muy pequeñito muestre un especial interés por ser él el que sostenga la cuchara en las comidas. Normalmente alrededor del año, será cuando incluso llegue a ponerse cabezón para conseguir el cubierto.
Las consecuencias de dejarlo son evidentes, y si se le deja, lo normal es que la comida quede repartida por todas partes menos por su boca. De entrada se empeñarán en coger la cuchara del revés, de manera que si se la hemos llenado quedará toda en su mano, a continuación se limpiará la mano en la ropa, y una vez “limpia” terminará por repartir lo que queda por toda la trona o por la pared si la tiene a mano… el proceso puede variar, pero el final es idéntico en todos los casos, es decir, que los alrededores quedarán listos para limpiarlos.
Es importante ser conscientes de que la experiencia va a ser así, para evitar después posibles agobios. Por tanto, antes de comer, conviene armarse de muchas servilletas de papel o mejor aún de un rollo de papel de cocina. También como medio de prevención se pueden colocar algunas hojas de papel de periódico por el suelo, poner una bolsa de plástico en el asiento de la trona, y por supuesto utilizar un babero que cubra al niño lo más posible. Aún así, hay que seguir siendo conscientes, de que algo acabará muy mal parado.
Pero, pese a todos estos inconvenientes, es realmente importante dejar que el niño pruebe y experimente, y como es lógico, todo es cuestión de práctica, y cuanto más lo haga más rápidamente aprenderá a comer solito.
Los cubiertos tienen que ser aptos para niños, de plástico, silicona, etcétera, de tamaño pequeño y puntas redondeadas. Lo ideal es utilizar en principio dos cucharas, una para él y otra para papá o mamá, de esta forma mientras él practica, el adulto le irá dando la comida.
Sobre todo es importante hacerle ver que la comida no es un juego, y en el momento que se le vea que lo quiere es jugar con ella, habrá que retirarle el plato.
Foto obtenida de: charlotteparent.com.