Dejar de usar los pañales y comenzar a utilizar el orinal es un gran hito en la madurez fisiológica de nuestro bebé. Pero cada pequeño es un mundo y no hay una edad fija para controlar voluntariamente la emisión de orina. De hecho, el arco de cifras que se maneja abarca entre los nueve o diez meses, en el caso de los bebés muy precoces, y los tres o cuatro años, en los tardones. La etapa más frecuente es la que oscila entre los 18 y 30 meses, al menos para el control diurno de la micción. Nadie nace sabiendo. Así que, ¡paciencia papás!
Poco a poco
Orinar a conciencia es un acto reflejo que precisa de una maduración del sistema nervioso en el que no podemos influir demasiado desde fuera. Algunos bebés mayores de un año pueden dar señales de que sienten necesidades, pero lo normal es que, como mucho, se quejen o pidan auxilio cuando ya tienen el pañal mojado.
Por eso, al principio, más que forzar a sentarlos en el orinar a determinadas horas, lo mejor es no estorbar la consecución del acto. Por ejemplo, habrá que impedir que la llegada del estímulo por tener una vejiga rebosante encuentre al niño con una vestimenta imposible de desprender. De hecho, la estación del año influye, siendo más fácil que los lactantes que ya tienen cumplido el primer año al entrar en primavera o verano logren el control de los esfínteres antes de los que les coincide su primer aniversario con la entrada de la fría etapa invernal.
La ligereza de la ropa estival y la bondad de la temperatura posibilitará que tengamos al niño sin pañales, sin el temor a que pille un resfriado con el culete mojado en el muy probable caso de mojadora. Con esto, sin duda, no se consigue el éxito final. Ten muy claro que, al comenzar con este aprendizaje, será inevitable que la ropa se manche.
Fallos a evitar
En este proceso de maduración lo más importante es no cometer fallos: una conducta muy rígida o sobreprotectora, así como la llegada de un hermanito podrían provocar una involución de los logros.
Por tanto, no hay que tener prisas que nos pueden llevar a errores. Hay que evitar la imagen de la madre con el orinal en la mano, correteando tras el niño por toda la casa. Una persecución que, sobre todo al principio, obtiene un resultado azaroso y no voluntario.
Lo correcto es todo lo contrario. Todo lo que sea envolver esta etapa de una atmósfera de cariño y con refuerzos positivos de los pequeños logros será muy beneficioso para la maduración del pequeño.
¿Inodoro u orinal?
El retrete suele imponer a los peques, incluso genera algo de miedo en ellos, por lo misterioso de esa gran taza de cerámica que engulle las aguas. Pero, con la costumbre, se convierte en un compañero de un acto independiente, en el que el propio niño es el protagonista (siempre que lo vistamos con una prenda de ropa interior fácil de bajar por él mismo). De este modo, podrá entrar en el baño, subir la tapa y acoplarse en el adaptador de dimensiones reducidas antes de que nos demos cuenta.
En cuanto al orinal, existen muchos tipos, y cada vez son más sofisticados. Son bastante prácticos los que tienen un asiento cómodo y portátil (con su recipiente correspondiente). Lo importante es tener en cuenta que ha de estar fabricado en un material que no resulte peligroso para el pequeños, porque se pueda cortar (una muy buena opción es el plástico irrompible) y que no sea de metal, porque resultaría frío en invierno.
Procedimientos y premios
Hay madres que previamente sientan en el orinal a sus bebés de nueve o diez meses con el pañal, para ir creando el hábito, e incluso, que los obligan a sentarse después de haber “cometido el desliz”, en un afán de relacionar el acto con el método, haciendo la vista gorda a ese pequeño desfase en la sincronización temporal. “La próxima vez a ver si te sientas antes, cariño…” Son trucos que pueden adelantar un poco el logro deseado. Pero sin obsesionarse.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta que, si lo hace en el inodoro, las primeras veces habría que demorar el hecho de tirar de la cadena o accionar el pulsador del agua, porque al pequeño le puede parecer contradictorio que su aplaudida “obra” desaparezca tan rápidamente, ¡con lo que le ha costado! ¡Un poquito de admiración!, ¿no? No olvidemos que se trata de un bebé.
Eso sí, una vez utilizado el inodoro o el orinal, siempre es conveniente aplaudir la “faena”, y elogiar el acto.
Cuando llega la noche
El control nocturno de la micción es otro cantar. Precisa de una mayor madurez y habitualmente se consigue entre los tres y los cinco años, con periodos de escapes o mojaduras que tendrán mucho que ver con la tensión emocional y la ingesta de líquidos. Por eso hay que seguir acostando al niño con pañal hasta que amanezca seco durante cuatro o cinco noches seguidas. Entonces habrá que dar el paso y arriesgarse a que duerma sin pañal (pero con protección del colchón, claro).
Algo importante es no ofrecerle demasiados líquidos en la cena. Hay que acostumbrarle a pasar por el baño antes de acostarse y, además, facilitar el acceso o colocar el orinal al pie de la cama, por si sintiera la necesidad de orinar durante la noche. Elogiar al día siguiente el éxito es un gran refuerzo positivo, así como quitarle importancia el desafortunado escape, para no angustiar al pequeño.
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