La ira es una emoción básica que nos informa de que alguien o algo está violando nuestros derechos personales o nos está bloqueando la consecución de nuestras metas. Dependiendo del control que tenga el individuo sobre esta emoción su forma de expresarla y de controlarla variará.
No es de extrañar por tanto que, en los primeros años de su vida en los que aún los niños no saben canalizar la mayoría de las emociones, su manera de expresar la ira sea a través de enfados y rabietas. Además, los niños expresan sus emociones de manera natural desde que nacen, lo que hace que las emociones les duren poco tiempo debido a que las expresan con fuerza.
De ahí la necesidad de enseñarles a nuestros hijos a “no enfadarse”, sino a enfadarse transmitiendo su malestar de una manera adecuada apartándose de la agresividad y destrucción hacia otros o hacia uno mismo.
Aunque nos parezca molesto, lo cierto es que la ira tiene su parte positiva. En ese sentido, la ira es una emoción importante que nos permite evolucionar interior y exteriormente. Cuando no conseguimos nuestros objetivos, la ira nos ayuda a luchar por ellos aumentando la probabilidad de recuperarlos.
El niño agresivo
En algunas ocasiones, la ira se acompaña de una no tan buena compañera, la agresividad. La agresividad es el comportamiento dirigido a hacer daño a los otros (u objetos) de forma intencionada para lograr un objetivo. En los niños más pequeños, las conductas agresivas son frecuentes puesto que sienten que no tienen recursos que les permitan responder al entorno de una manera más efectiva.
Para que los niños no se comporten de manera agresiva debemos enseñarles a identificar su emoción (ponerle nombre), conocer su causa y expresarla de manera que canalicen su malestar de una manera adecuada. Para ello, será importante que nos apartemos de nuestros propios sentimientos, ya que la agresividad del niño muchas veces produce agresividad en nosotros mismos.
El desencadentante
La agresividad y las rabietas son el resultado de un cúmulo de factores que interactúan entre sí (el sexo, la edad, los rasgos de la personalidad de cada niño…). De entre ellos, los factores más importantes a la hora de terminar la conducta agresiva del pequeño son los factores familiares como los que os indico a continuación:
- Las discrepancias entre los estilos educativos de los padres que pueden oscilar entre la sobreprotección hasta un elevado nivel de hostilidad cuando fracasan.
- Una estructura familiar cambiante dependiendo del estado de ánimo de los progenitores, que les hace cambiar los límites referidos a la conducta del niño.
- La falta de acuerdo entre los padres respecto a lo que se debe pedir al niño y cómo comportarse.
- Una comunicación familiar que esté basada normalmente en la agresividad, ya sea verbal o física.
- La resolución de conflictos en la familia de forma expansiva.
- Emplear una comunicación agresiva a la hora de referirse a los comportamientos del niño.
- La ausencia de afecto o rechazo hacia el niño.
- La falta de control emocional por parte de los padres o hermanos mayores.
Es importante observar el tipo de conducta agresiva que manifiesta el niño teniendo en cuenta también lo que es esperable para su edad:
- 1 a 2 años: es frecuente la resolución de conflictos a base de empujones, arañazos y mordiscos. Comienzan a aparecer las rabietas como respuesta negativista al entorno.
- 2 a 4 años: es la época de la autoafirmación y el negativismo. La agresividad aparece ante la disconformidad por las normas. Es la etapa de las rabietas, chillidos, pataletas, etc.
- 4 a 6 años: el desarrollo cognitivo y del lenguaje permiten que el niño sea plenamente consciente de que sus comportamientos influyen sobre su entorno. En esta etapa es fundamental que el niño sea capaz de interiorizar las normas sociales. Las conductas agresivas son fundamentales para que el niño ponga de manifiesto los conflictos que tiene con el mundo exterior.
- A partir de los 6 años: los cambios cognitivos hacen que la expresión de la agresividad se reduzca de manera significativa. En esta etapa con la ira se expresa el enfado, la culpa, la frustración, la envidia o los celos.
Será fundamental tener en cuenta estos aspectos, no solo para abordar la ira o agresividad de los pequeños, sino también para prevenir sus conductas agresivas.
Consejos anti-rabietas
- Mantén el control sobre ti mismo: debes saber controlarte y no responder nunca de manera agresiva, puesto que los niños copian lo que ven.
- Registra el comportamiento de tu hijo: antes de intervenir debes reflexionar y entender los determinantes de la conducta agresiva o de las rabietas de tu hijo. Piensa quiénes suelen estar presentes cuando tiene rabietas, cuándo aparecen más y cómo actuáis ante ellas.
- Reflexiona con tu hijo sobre las causas de su enfado: cuando el niño establece una asociación entre los motivos y conductas es capaz de analizar las situaciones de una manera más eficaz y efectiva. Si no entiende el por qué de su malestar debemos intentar definírselo.
- Enséñale conductas alternativas para expresar su malestar: dependiendo de su nivel de desarrollo existirán unas estrategias más adecuadas que otras. Estas estrategias pueden oscilar desde la sobrecorrección (pedir que acaricie al niño que ha pegado) hasta el entrenamiento en técnicas de comunicación asertivas.
- Anímale a expresar verbalmente que está enfadado: decir: “Estoy enfadado” es el primer paso para gestionar la emoción.
- Cuida la información que le das sobre su comportamiento: nunca debes decir a un niño: “Eres malo”. Es importante que aludas a su comportamiento. Por ejemplo: “Le has quitado la muñeca a Paula porque estabas enfadada. Debes devolvérsela para que así podáis jugar juntas”.
Durante una rabieta nunca le contestes con gritos, ya que son muy contagiosos y la conversación derivará en una guerra de gritos totalmente ineficaz. Intenta no participar en la rabieta, ya que si lo haces, probablemente, la prolongarás. Recuerda que dos no discuten si uno no quiere.
Son muchos los padres que temen que las rabietas de su hijo sucedan en lugares públicos y que se ponen muy nerviosos o sienten vergüenza cuando ocurren. Sin embargo, es importante hacer que no nos afectan. Si tu hijo se da cuenta de que reaccionas de diferente forma cuando estáis en lugares públicos o con más personas se dará cuenta de lo que está pasando y es probable que aprenda a usar las rabietas a su favor.
Puede parecer muy difícil, pero con la práctica todo se consigue. Igual de insistentes que son los peques con sus enfados y rabietas, así debemos ser con nuestro comportamiento ante las mismas. Un poquito de paciencia que todo pasa.
Fotos | Eduardo Millo; Olga Popkova; Lianne Viau; Bradley Gordon
[…] o a dirigirnos la palabra y ese hecho resulta muy doloroso para los padres. Sin embargo, esta rabieta de nuestro hijo también hemos de aprender a […]