Entre los dos y los cinco años, los niños pueden utilizar sus estrategias en el lugar y en el momento más inesperado. Una de las armas que más les gustan, por ser una de las más comprometedoras y a la vez de las que más tocan la fibra de los padres, son las clásicas rabietas.
Cuanto más gente haya, mejor será para el niño, puesto que terminan por aprender que en sitios públicos es más fácil terminar por salirse con la suya, ya que ponen a los padres a veces en un apuro al ver como todos les miran, y finalmente terminan cediendo a sus caprichos por el mero hecho de que se termine ese episodio.
No se puede ceder nunca ante esas rabietas, hay que mantenerse firmes aunque el niño les lleve a un estado inaguantable de estrés. Si se hace así, el pequeño terminará por coger ese acto de montar en cólera por rutina y utilizará siempre esa fórmula cada vez que quiera conseguir algún propósito.
Algo que funciona, es llegar a acuerdos antes de que se produzca la rabieta, un niño que sabe de antemano las consecuencias, se pensará cómo actuar dos veces antes de llevar a cabo su estrategia, ya que si se intenta dialogar con él demasiado tarde, es decir cuando ya se encuentra en medio de la pataleta, el niño no prestará la misma atención ni se solucionará nada. Una vez el mal trago ha pasado y el pequeño se ha tranquilizado, sí será un buen momento para explicarse que con ese comportamiento nunca va a conseguir nada.
El hecho de dejarlo solo, regañarle, gritarle, o darle un cachete, no solucionará el hecho. Lo ideal es permanecer siempre junto a él sin hablarle, sin perder la calma y sin estresarse, ya que de este forma se le da a entender que con su forma de actuar no llama la atención de los padres, sino todo lo contrario.