El frío en sí mismo no es el peor enemigo del bebé. Sin embargo, con los cambios bruscos de temperatura nuestras defensas pueden flaquear y enfermamos. Por tanto, entre las precauciones más importantes se recomienda evitar los cambios bruscos de temperatura y el contacto con un conocido enfermo, procurando que no estén en la misma habitación o le coja el chupete. En los sitios concurridos es donde hay más riesgo de contagio de virus y bacterias, y en invierno vienen por oleadas.
En los lugares cerrados, además de tener cuidado con la temperatura, el entorno del bebé debe mantener un nivel de humedad del 50%. Un ambiente demasiado seco puede impedir que el organismo del lactante expulse de manera correcta las impurezas, dado que la nariz se obstruye.
Por otra parte, con la bajada de la temperatura es habitual que aparezca una mayor secreción de mucosidad, que cuando es abundante es preciso eliminar. La manera más segura para controlar la temperatura corporal del bebé es tocando su nuca o cuello para notar si está sudando, ya que precisamente es el sudor, el mecanismo que utiliza el cuerpo para hacer descender la temperatura corporal cuando se eleva en exceso.
Otros signos como las manos o la nariz frías o calientes, el color de la piel… pueden conducirnos a equívocos porque el mecanismo de termorregulación del recién nacido aún no está del todo desarrollado, y no lo hace hasta que su sistema nervioso ha madurado. Por este motivo, el recién nacido tiene menor capacidad para regular la temperatura corporal, lo que puede originar un golpe de calor cuando está abrigado en exceso.
Imagen: nanobox
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