Independientemente de la forma en la que duerma nuestro hijo, lo importante es que lo haga bien; y por “bien” no me refiero a que duerma muchas horas seguidas, sino a que su descanso sea relajado, profundo y reparador.
El sueño es una función vital y es necesario a cualquier edad. Mientras dormimos, fortalecemos nuestro sistema inmunitario y el metabolismo, reforzamos la memoria, nuestros músculos y articulaciones se relajan y se regeneran, desciende la presión arterial y mejora el sistema circulatorio. Y si estas funciones resultan fundamentales a cualquier edad, en el caso de los bebés el sueño es mucho más importante: favorece su crecimiento.
La evolución del sueño
El número de horas de sueño necesarias para un bebé va variando en función de su edad. Así, durante los primeros meses de vida, el bebé duerme una media de 16 o 18 horas, y lo más frecuente es que se despierte varias veces durante la noche para comer. Además, es normal que para conciliar el sueño necesite de vuestra ayuda, porque su sistema neurológico está aún en una fase inicial de desarrollo.
A partir del tercer mes, la media de horas de sueño pasa a ser de 14 o 15, de las cuales unas 10 son durante la noche. Es muy probable que durante ese período de sueño siga despertándose, al menos una vez, para comer. El resto de las horas que duerme las reparte a lo largo del día en forma de siestas.
Entre los seis y los nueve meses de vida, las horas de sueño siguen siendo prácticamente las mismas que en la fase anterior, con la diferencia de que los bebés empiezan a dormir toda la noche del tirón sin necesidad de despertarse para comer. Aunque esto no es una pauta cerrada ya que cada niño tiene sus necesidades.
Entre los nueve meses y el año, dormirá unas 11 o 12 horas de noche y, habitualmente, se echará dos siestas de una hora y media, más o menos, durante el día. A partir de aquí las siestas se irán espaciando, a los cuatro años, el pequeño normalmente ya no necesitará estas horas de sueño diurno.
La rutina, tu mejor aliada
No hay fórmula magistral que consiga que un recién nacido duerma cuando nosotros lo creamos necesario y cuanto queramos; pero si hay una clave que puede ayudarnos a conseguirlo: establecer una rutina a la hora de dormir. Es sencillo y podrás hacerlo desde el principio, porque incluso los bebés más pequeños se sienten mejor cuando se repite, día a día, la misma pauta para sus actividades cotidianas: la comida, el paseo, los juegos…
Como preparación para el sueño, fijad una hora para el baño y la cena e intentad mantenerlas siempre que os sea posible. Lo ideal es evitar que no cene demasiado tarde, antes de las diez de la noche, ya que a partir de esa hora son más frecuentes los cólicos y los trastornos digestivos y estos, como es lógico, dificultarán que pueda conciliar el sueño.
Procurad que la ropa de dormir sea cómoda y que la habitación esté bien ventilada y a una temperatura fresca y agradable. Si creéis que le relaja, también se puede acompañar el momento de irse a dormir con alguna canción o con música tranquila.
Es importante que, desde pequeños, aprendan a diferenciar el día y la noche. Asociando el día con la luz, el ruido o la actividad y la noche con la tranquilidad, el silencio y la oscuridad.
Para que esta pauta funcione son necesarias grandes dosis de paciencia y constancia. La adaptación del pequeño será de forma gradual, y no de un día para otro. A pesar de ello, cuando creas que ya se ha acostumbrado a dormir solo y tranquilo, siempre puede ocurrir algo que perturbe su sueño.
¿Qué le quita el sueño a un bebé?
El sueño del bebé puede verse influido por muchos factores: si está enfermo, si se encuentre muy cansado o si su alimentación no es la adecuada y esto le ocasiona molestias, como cólicos o digestiones pesadas. Además de esto, también es posible determinar otras causas que influyen en que ese sueño sea más o menos tranquilo. Entre ellas encontramos la angustia de separación y las pesadillas.
Se entiende por angustia de separación a un proceso psicológico que experimentan muchos bebés y que suele estar íntimamente ligado a la figura de la madre y al apego que el recién nacido tiene hacia ella, ya que suele identificarla como la persona que le cuida, alimenta y protege habitualmente. Por lo general, aparece a partir del octavo mes de vida y suele durar hasta los tres años, aproximadamente. Durante este tiempo es bastante común que el bebé se despierte varias veces durante la noche para reclamar la presencia de sus padres.
Lo habitual es que los papás que se enfrentan a estas situaciones intenten buscar la mejor solución posible para que todos en casa puedan descansar, y es que no podemos olvidar que si nuestro hijo no duerme, nosotros tampoco lo haremos; con las consecuencias negativas que eso conlleva, tanto para el desarrollo del pequeño como para su cuidado, así como para mantener el ritmo habitual del día a día en casa y en vuestro trabajo.
La lactancia, buena para el sueño
Además de todos los beneficios que conlleva este tipo de práctica para su salud, es también una excelente opción para que duerma mejor. La toma de la noche contribuye a que su descanso y el tuyo sean mucho mejores. A pesar de lo incómodo que puede resultar tener que despertarte de madrugada para dar de mamar a tu hijo, recientes estudios han puesto de manifiesto que los niveles de prolactina (la hormona responsable de la producción de la leche) son mucho más altos por la noche y de ello se derivan dos aspectos positivos.
Por un lado, que se garantiza la producción de leche necesaria para alimentar al bebé y, por otro, que al segregarla se favorece la relajación tanto de la madre como del hijo. De ahí que, a pesar de dormir menos horas, el sueño sea más reparador. Sin olvidarnos del hecho de que la toma nocturna previene las obstrucciones mamarias y las mastitis que, en ocasiones, se producen por dejar un intervalo muy largo de tiempo entre tomas.
Un apego relajante
A la hora de dormir son muchos los bebés que tienen un muñeco u objeto favorito. Se le denomina muñeco de apego y suele ser un peluche o juguete de textura suave y blanda. Por lo general, el bebé desarrolla afecto por él, le sirve para relajarse y le aporta seguridad.
El vínculo que se crea entre vuestro hijo y este juguete aporta al niño funciones psicológicas significativas. Esto se debe a que el bebé utiliza al muñeco de apego cuando empieza a darse cuenta de que es un ser independiente de su madre.
A pesar de que es muy frecuente su uso, hay niños que no recurren a este muñeco y adoptan conductas como enrollarse un mechón de cabello en el dedo, aferrarse al borde de la sábana doblado o chuparse el dedo. En cualquier caso, lo habitual es que el niño deje de necesitar estas cosas a partir de los tres o cuatro años, por sí solo y de forma natural.
Fotos | TheGiantVermin; sima dimitric; photosavvy