Lo más sensato y recomendable es evitar a los niños el sol directo e iniciarles en la exposición de forma paulatina, procurando no hacerlo en las horas centrales del día. Y por supuesto, debemos aplicarles protectores solares por todo el cuerpo, incidiendo en las zonas más sensibles como la nariz, las orejas, la nuca, los pliegues de las axilas, etcétera.
Es muy importante elegir el fotoprotector correcto y para ello debemos fijarnos en que se adecue a su tipo de piel y a su edad (pediátrico), que le proteja de los rayos UVA y UVB, que tenga filtros físicos en vez de químicos y que sea resistente al agua. Para los niños pequeños, el factor de protección recomendado debe ser bastante alto (no menor de 30) y se tiene que aplicar una cantidad suficiente de producto, volviendo a reaplicarlo cada dos horas así como tras el baño. Además, el protector debe seguir siendo usado aunque el niño esté bronceado.
Evidentemente, siempre adquiriremos protectores solares de calidad, preferiblemente en forma de leche o espuma, que se absorben con facilidad, ya que los aceites o las cremas muy grasas pueden obstaculizar la transpiración de la piel. Si se usa de manera regular un fotoprotector durante los primeros 18 años de vida se reduce un 78% la probabilidad de que el niño padezca un cáncer de piel cuando sea adulto.
Solemos identificar la protección solar de nuestro hijo con las cremas fotoprotectoras, pero la protección solar también consiste en vestirle con ropa ligera, ponerle gorras con visera, equiparle con unas buenas gafas de sol, taparle con una sombrilla…
Imagen: posterjackcanada