Las pesadillas se producen en la segunda mitad de la noche y provocan ansiedad; el niño se despierta angustiado, gritando y con miedo. Cuando los padres se acercan, él se tranquiliza. Suelen durar semanas y están relacionadas con algo externo que al pequeño le ha generado inquietud.
A medida que disminuya la tensión externa diurna se reducirán las pesadillas. Basta con ayudar al pequeño a tranquilizarse porque, dándole seguridad, se calmará y lo superará. Lo que no es aconsejable es llevarnoslo a nuestra cama, porque alteraremos su buen hábito del sueño (se tiene que dormir en su propia habitación).^
Por contra, los terrores nocturnos se producen en la primera parte de la noche y van asociados a un sueño muy profundo. El niño se despierta bruscamente y empieza a chillar como si estuviera enfermo o le pasara algo. Está asustado, pálido, con sudoración fría y no contacta con los padres, ya que ni siquiera los reconoce. No reacciona porque no es consciente de lo que le ocurre, ya que está profundamente dormido (no hay que intentar despertarle). Pero no pasa nada, tras un intervalo de tiempo de entre tres y diez minutos se normaliza. A diferencia de las pesadillas, no se acordará de nada al día siguiente.
Si vamos a su cama y deja de llorar, no es un verdadero terror nocturno, sino que está provocando nuestra reacción.
El mejor consejo es estar a su lado para vigilar que no le ocurra nada (que no se caiga) y esperar a que se le pase. Los terrores nocturnos se manifiestan, sobre todo, entre los dos y los tres años de edad para ir, posteriormente, cediendo de forma espontánea.
Otro buen consejo es no darle medicación, porque no sirve de nada en ninguno de los dos casos.
Imagen: beatpsicologia