Los niños cuando son pequeños pueden tener una relación más especial con algunos de los progenitores. Por ejemplo, cuando los peques quieren ir siempre allí donde va la madre y lloran cuando se quedan en compañía de otro adulto, entonces, habamos en términos coloquiales de mamitis. Una forma de dependencia emocional que no resulta preocupante porque es normal que el niño quiera estar mucho tiempo con su madre, sencillamente, porque todavía es pequeño y le gusta estar bajo el amparo de su mamá.
Al contrario, este tipo de actitud a quien más puede llegar a agobiar es a la madre porque puede sentir que no tiene un espacio propio para desconectar y disfrutar del tiempo de ocio o de otros planes distintos. Por ello, es esencial aprender a poner freno a este deseo infantil de estar las 24 horas del día con la madre y aprender a delegar. Es decir, asumir que la niña aunque llore, se encuentra perfectamente cuidada por papá, los abuelos o una niñera.
De hecho, en la medida en que el niño se acostumbra a estar con otras personas, cada vez muestra una mayor receptividad hacia la gente nueva. Por tanto, poco a poco, supera su timidez. Otra consecuencia derivada de la mamitis es que el padre puede sentirse un tanto desplazado en ciertos momentos e incluso celoso. Pero conviene tener paciencia y dar tiempo a los niños para que aprendan a querer del mismo modo a papá y a mamá.
La dependencia emocional llevada al extremo no es buena. Sin embargo, esta dependencia va menguando en la medida en que los niños crecen y establecen sus propios vínculos afectivos, es decir, por ejemplo, cuando hacen nuevos amigos en el colegio y disfrutan del tiempo de ocio en común. Además, esta sensación de dependencia también muestra que una madre es muy importante para su hijo.
Imagen: Pequelia
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