A pesar de que, en general, es una técnica segura, hay que tener claro que un parto inducido conlleva riesgos, tanto para la madre como para el feto. En general, la duración de este tipo de partos dura más y existe el riesgo de que se produzca más estimulación del útero. De ello se deriva que, ante esta práctica, se presente una mayor probabilidad de finalizar con una cesárea, que aumente la posibilidad de partos vaginales instrumentales (con fórceps o ventosas), que haya una mayor necesidad de anestesia epidural, que se produzcan más hemorragias posparto y que las hospitalizaciones sean más largas.
En cuanto a los bebés, la inducción amplía el porcentaje de recién nacidos que necesitan cuidados intensivos neonatales tras el parto. Por este motivo, es necesario que, antes de tomar la decisión de finalizar el embarazo con una inducción, se valoren de forma detenida todos los factores.
El parto inducido está contraindicado en los mismos casos en que lo está un parto vaginal. Algunas situaciones como la desproporción entre el tamaño de la cabeza fetal y la pelvis de la madre, el sufrimiento fetal, la anómala situación de la placenta o de la colocación del bebé contraindican la inducción. Del mismo modo, no está recomendado en todas aquellas situaciones en las que el trabajo de parto y la expulsión vaginal del feto sean más peligrosas para la madre o para el feto que la realización de una cesárea.
Pero, además, se desaconseja su práctica cuando la madre tiene antecedentes de rotura uterina, cirugías complicadas en el útero o cuando hay una distensión uterina exagerada.
Imagen: weemade
El parto inducido al detalle I – El parto inducido al detalle II