La separación siempre introduce modificaciones en la vida familiar, pero no tiene que ser necesariamente algo traumático para los menores. El hecho de que los niños lo asimilen mejor o peor depende en gran medida de la madurez con la que los progenitores realicen su ruptura.
En ocasiones, la separación puede suponer el fin de los conflictos entre los padres, pero también puede implicar el comienzo de una ardua disputa por la custodia o por el reparto de los bienes comunes. Mantener al margen a los niños y pedir ayuda cuando sea necesario son las claves para resolver la situación con éxito. Por ello, es recomendable la mediación en los procesos de separación y divorcio con el objeto de que sean los padres, y no los jueces, los que tomen sus decisiones.
Y siempre que sea posible conviene trabajar con los niños en programas de prevención psicológica, ya que de ellos depende, fundamentalmente, llevar a buen puerto el barco de la convivencia.
Cuando una pareja decide seguir su vida por caminos separados, los más pequeños de la casa ven como todo lo que les rodea se cae como un castillo de naipes, una situación que se intensifica durante el primer año de adaptación. Las preguntas se agolpan en la cabeza de los niños, en muchas ocasiones aún inmadura, hasta el punto de aturdirles y provocarles trastornos en su día a día.
Ante las dudas de los niños, debemos responderles a todo aquello que nos planteen y siempre dando una información sin culpas ni reproches hacia ninguno de los padres. De hecho, los reproches y recriminaciones son un mal ingrediente en cualquier separación.
Imagen: terrificparenting
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